Cultura

Telémaco conquista el cielo

  • El escritor malagueño Mario Castillo publicará tras el verano 'Mi avión herido', la novela con la que ganó en junio el Premio María Zambrano.

Para Albert Camus no había problema filosófico más importante que el suicidio. Pero para Mario Castillo (Málaga, 1963), el suicidio dejó de ser un problema filosófico cuando, un día de 1987, su padre se quitó la vida: a partir de entonces, semejante acto pasó a formar parte de la realidad más cruda, la que se sirve en frío. "El día siguiente le dije a un amigo: 'Mi padre me ha puesto una pistola en la mano'. No porque un suicidio aboque a otro, pero sí porque, de alguna manera, lo desmitifica. Para mí el suicidio ha dejado de estar cubierto de ese halo en el que se mezclan locura y cobardía. Mi padre no era un cobarde, ni estaba loco", explica el escritor al respecto. Con el tiempo, el trance quedó en esa recámara nebulosa que permite a los hombres alcanzar la madurez; hasta que otro día de 2011, Castillo despertó en una UCI sin saber qué hacía allí. Acababa de sufrir tres paradas cardiacas. Una enfermedad lo devoraba por dentro. "Entonces tuve la necesidad de contar a mis hijos lo que había pasado con mi padre y lo que yo sentía de la manera más honesta posible". Aquel empeño fructificó en forma de novela, Mi avión herido, con la que Mario Castillo ganó el pasado junio la primera edición del Premio María Zambrano (convocado por la UNED) y que se publicará en octubre en ETC Libros. La muerte del padre constituye un eje esencial de la novela; el otro es una pasión que comparten padre e hijo: la aviación.

Profesor de inglés durante muchos años y piloto particular y deportivo desde 1982, Mario Castillo ha desarrollado con discreción una trayectoria literaria vinculada especialmente al relato: en 1990 ganó el Premio Relosillas de Unicaja y en 1997 el Centro Cultural de la Generación del 27 publicó su cuento Un calvo en la sopa. En 1991 publicó la novela La imagen del silencio, que ya se anticipaba en la materia a Mi avión herido, si bien ésta "aunque también es un libro de desapariciones es más optimista, más condescendiente conmigo". El escritor aclara que su nueva obra "huye de la autobiografía para acercarse a la autoficción, pero sin llegar a emplear el yo como personaje ficticio. Recrea recuerdos personales con la intención de llenar los huecos que quedan siempre en la memoria. Lo que sucede es que no puedo decir que esos rellenos sean del todo ciertos, por más que yo los recuerde así. De hecho, algunos familiares discrepan de lo que he escrito y me dicen que las cosas sucedieron de otra forma". Desde el momento en que Mario Castillo fue intervenido en aquel hospital a vida o muerte, la dilucidación de la verdad se convirtió en compromiso esencial: "Tuve que hacer un viaje en inmersión, hacia atrás en el tiempo, buscando en las profundidades abisales para esclarecer la verdad. Tenía la convicción de que todo lo que había vivido en mis 47 años no estaba flotando en la superficie. Así que había que dinamitar los fondos y esperar a que saliera esa verdad, como un puñado de arena que uno coge en el fondo del mar y saca a la superficie". La enfermedad cumplió así en Mario Castillo la mismo función que Atenea asumió en la Odisea ante Telémaco, cuando le envió a Esparta a descubrir quién era su padre Ulises.

Pero a Mi avión herido, casi de manera inevitable, se incorporan los recuerdos de otros más allá del autor y su padre. Y aquí se cuela un invitado tan inesperado como Antoine de Saint-Exupéry, otro aviador de pro, autor de El principito y Vuelo nocturno, que mantenía una singular relación con Málaga: "Mi abuelo, que no era piloto, contaba que en la taberna de La Perla, en Torremolinos, en el año 27 ó 28, iba de vez un cuando un poeta extranjero, muy alargado, que se ponía a escribir en una libretilla mientras se tomaba un vino, un tanto apartado, y después mi abuelo supo que era piloto. Tengo motivos para creer que ese escritor es Antoine de Saint-Exupéry, que cubría la línea de Marsella a Sidi Ifni y hacía paradas en Málaga". Esta memoria del escritor francés forma parte de un relato en el que los aviones cobran un protagonismo decisivo más allá del vínculo paterno: "El avión es un alter ego de mí mismo. Cada vez que aparece el avión, soy yo quien aparece. Un poco como Melville y la ballena. Pero para distinguir mis sentimientos hay que encontrarme desdoblado en otros personajes. Saint- Exupéry no sabía si era más poeta que piloto, pero yo me siento más a gusto en un avión que escribiendo. Cuando escribo lo paso mal, sale lo peor de mí".

No obstante, Mario Castillo admite que la escritura de Mi avión herido ha tenido efectos terapéuticos, próximos a la redención: "Algunas heridas que estaban abiertas han quedado sanadas. Perdí a mi padre con 12 años, tras una separación. Emocionalmente lo recuperé a los 17, después de una reconciliación. Pero pocos años después lo volví a perder, esta vez definitivamente. Así que mi padre ha representado para mí eso que en psicología llaman una figura presente-ausente. Ahora, Mi avión herido me ha librado de la pistola que mi padre puso en mi mano. La muerte de mi padre sigue estando presente en mi vida, pero el suicidio ya no constituye en modo alguna una posible solución en una época de conflicto. Como en la Divina comedia, he encontrado el camino de vuelta a la luz. Y mi mujer ha sido mi particular Beatriz".

Cuando despertó en aquella UCI, lo primero que Mario Castillo preguntó fue si podría volver a volar. "Eso es secundario", le respondieron. "¿Cómo que secundario? Para mí es fundamental", replicó el escritor. Pocos años después, un vuelo con su hija por la Vega de Antequera confirmó que las heridas estaban cerradas. Tan hermoso es sentirse a salvo allá arriba.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios