Cultura

Primera vela: luces y sombras

  • El Centro Pompidou y el Museo Ruso celebran su primer año con un registro de visitantes ligeramente inferior al previsto, un gasto de 10 millones de euros y nuevos caminos para el arte

Hace justo un año Málaga parecía ser, digámoslo rápido, la comidilla. El Centro de Colecciones del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo abrió sus puertas en Tabacalera el 25 de marzo de 2015, con una inauguración empañada (no sin polémica; todavía hay quien debate si hubo inauguración o no la hubo) por el luto decretado tras el trágico accidente de avión en Los Alpes en el que murieron 149 personas (y cuya categoría de atentado pudo dilucidarse más tarde), y sólo tres días después lo hizo el Centro Pompidou Málaga en el Cubo del Puerto, en un acto presidido por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y la ministra francesa de Cultura, Fleur Pellerin. Desde entonces, ambos centros han desarrollado sus actividades según lo previsto, gobernados por la Agencia para la Gestión de la Casa Natal de Picasso y otros equipamientos museísticos que dirige José María Luna y contribuyendo a hacer de Málaga, por empeño personal del alcalde, Francisco de la Torre, una ciudad de museos. También en este año Málaga ha invertido unos 10 millones de euros en estos museos, un gasto considerablemente superior al canon comprometido (400.000 euros para el Museo de Arte Ruso de San Petersburgo y un millón para el Centro Pompidou de París) que apenas se ha visto equilibrado por la entrada de patrocinios privados, una jugada con la que el Ayuntamiento esperaba ingresar 825.000 euros en este plazo: el Pompidou sigue contando con los mismos patrocinadores de hace un año (Unicaja, Cruzcampo, Italcementi, Hidralia y Gas Natural Fenosa) mientras que en la página web del Museo Ruso únicamente aparece como empresa colaboradora la firma rusa Finsudprom. En estos doce meses, el registro de visitantes asciende a unos 130.000 para el Museo Ruso y 230.000 para el Pompidou, cifras ligeramente inferiores a las apuntadas en las previsiones hace un año (150.000 y 250.000 respectivamente). En cualquier caso, los balances que ofrecen los números cuando de un museo se trata son únicamente parciales; precisamente, los mayores éxitos de estos equipamientos son menos proclives a la concreción pero no por ello son menos evaluables ni menos importantes.

El propio José María Luna explicó a este periódico que su balance personal es "satisfactorio, tanto en lo cuantitativo como en la cualitativo". Respecto al primer término, el Pompidou y el Ruso han presentado un programa de actividades "ambicioso" bajo la premisa de tener que repartirse un presupuesto "similar al que tienen otros museos de la ciudad para ellos solos" (en el reparto también entra la Casa Natal de Picasso, que en 2015 superó su récord de visitantes con más de 130.000); y, en cuanto al segundo, José María Luna subraya la aportación de los nuevos museos "a la consolidación de Málaga como espacio cultural de referencia internacional". Y, aunque Luna no hace mención alguna al asunto, resulta difícil desligar la entrada en juego del Pompidou y el Ruso al hecho de que también el Museo Picasso haya superado en 2015 su récord de visitantes con casi medio millón: independientemente de los méritos de cada museo, que no son pocos, la sinergia funciona, aunque por ahora los menos beneficiados sean los novatos (lo que, por otra parte, tampoco era difícil de prever: de cara al turismo, Picasso sigue siendo el mayor atractivo también a la hora de meterse en un museo).

Ya en la materia museística propiamente dicha, la evolución que han seguido ambos espacios no está exenta de paradojas. El Centro Pompidou parecía tener ganada de antemano una mayor proyección con una marca más reconocible y un emplazamiento más privilegiado que el Museo Ruso, anclado en Tabacalera (sede anterior del frustrado proyecto de Art Natura) y con un proyecto cuya confianza iba a exigir mucho más esfuerzo. Al venir al mundo a la vez, las comparaciones resultaban odiosas pero también inevitables: el Pompidou presentó una colección permanente muy potente, aún instalada, con ases indiscutibles del último siglo (de Frida Kahlo a Francis Bacon pasando por Marc Chagall y Eduardo Arroyo); el programa de muestras temporales ha resultado sin embargo un tanto irregular, con protagonistas como Miró o las fotógrafas más relevantes del siglo XX. Las actividades culturales llevadas a cabo han gozado de amplia participación: ayer mismo, el director escénico malagueño Alberto Cortés dirigió un taller teatral con todas las plazas agotadas, y actuaciones de danza como las ofrecidas por Rocío Molina y Rubén Olmo han dejado el listón bien alto. Sin embargo, la verdadera revelación ha venido en este tiempo de la mano del Museo Ruso, con exposiciones temporales verdaderamente explosivas como la primera muestra dedicada en España a Pável Filónov o la que actualmente revisa el legado del colectivo Sota de Diamantes. El equipo del centro ha sabido sacar buen partido a las dos exposiciones anuales, mientras que para el futuro ya están fichadas exhibiciones de Chagall y Kandinsky cuyas expectativas son razonablemente elevadas. Para mayor paradoja, aunque el número de visitantes es menor, el Museo Ruso cuenta con un mayor nivel de aceptación entre la población local, así atestiguado por las encuestas de satisfacción del propio museo; y esta circunstancia obedece, especialmente, a un programa de actividades flexible y cercano, con cine, teatro, talleres infantiles y otros atractivos dirigido a un barrio que ya se ha venido a llamar Huelingrado. Hoy empieza, de cualquier forma, el año dos. Y todo apunta a que habrá aún más paradojas.

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