pasado, presente, futuro

Simón Cano Le Tiec / Cultura@malagahoy.es

'The artist'

MUCHOS cineastas han considerado más de una vez rodar en blanco y negro. Algunos han buscado la inspiración en la frialdad, y otros han preferido seguir viendo el cine como un instrumento económico, más cercano a la inexpresión que a cualquier otra reivindicación. Ya en su momento, Scorsese decidió llevar a la gran pantalla, la tan amada historia de Jake LaMotta, con Toro Salvaje, una obra bastante lejana al colorido fotograma que hoy conocemos. Y daba igual, que así fuera sólo podía resaltar más aquellas enigmáticas imágenes, que expresaban más que cualquier lienzo a color, por muy bellas que fuesen las pinceladas del autor. La música llenaba, con los gritos de la muchedumbre, las heridas que el hábil De Niro iba encajando en el transcurso del filme, y las emociones que iba desprendiendo, eran recogidas en esa escala de grises tan cuidada, como las lágrimas de un ente perturbado, alejado de los suyos... acorralado, como el púgil que se tambaleaba entre la demencia y la euforia.

The artist recoge lo bello del ambiente que Hollywood tanto anhela, aquel donde la alegría no era una respuesta a cómo actuar, sino un estado que, siendo tan denso en los años 20, podía incluso respirarse entre las conversaciones de los hoy ya muy sobrevalorados productores de cine. Allí, en Los Ángeles, donde todo parecía un sueño dentro de un sueño, las almas más enigmáticas se fundían con la frialdad del pesimismo económico, y son estás emociones las que Michel Hazanavicius entrelaza en una de las cintas más elogiadas del año, habiendo triunfando tanto en Cannes como lo han hecho las gloriosas alegorías visuales de Terrence Malick (El árbol de la vida) y Lars Von Trier (Melancholia). A estas alturas, el reverenciado cine mudo, es aquel en el cual se basan todos los cineastas (de renombre, o al menos, con cierto sentido de la integridad) a la hora de reflejar el comportamiento humano.

Casi a modo de obra teatral, las imágenes van cediendo como pedazos de ceniza, incombustibles, tras la erupción de un volcán, y los mensajes son tan emotivos como el simple hecho de ver palidecer a aquel que lo pudo tener todo. Y sin embargo, la fórmula de The artist es una esencia tan poco recurrida, que podría decirse que es... original. Original en el sentido en el que todo lo que nos rodea hoy en día necesita un diálogo, aunque sea inexpresivo, y muestre lo que ya sabemos. Hazanavicius destruye estas barreras de lo comercial y de lo usual para rendir homenaje a la razón. Las ilustraciones prescinden de cualquier sonido, salvo el de la épica banda sonora que las rodea, y acaban por mostrar que no existe diálogo que no se pueda narrar con una imagen.

Puede que más de uno sienta nostalgia por sus tan supérfluos diálogos, y que anhele, incansable, las voces de sus protagonistas, pero cuando un ser humano siente que su mundo se tambalea, bajo un caos que supera la lógica, y la razón, piensa que lo único que le reconforta son los momentos donde sólo sobran las palabras.

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