Lunes Santo

La penitencia hecha fervor

  • El Cautivo volvió a llenar las calles con el fervor de miles de malagueños ante el vecino trinitario La jornada transcurrió entre la sencillez de Crucifixión, la algarabía de Gitanos y la seriedad de Pasión y Dolores del Puente

LA ciudad cautiva, la que espera durante horas a su Señor de la Trinidad para poder elevarle una petición mirándolo a los ojos, la que lo sigue durante más de ocho horas movida por la tremenda fe procesada. La que baila y canta tras Jesús de la Columna. La que se silencia ante Dolores del Puente. Todas ellas son las málagas del Lunes Santo y todas, sin excepción, se volvieron a vivir ayer en una espléndida tarde primaveral.

La jornada procesionista comenzaba en las altas lomas de la Cruz Verde, a la misma vez que muchas personas volvían de sus trabajos para descansar antes de buscar los cortejos por las calles del Centro. Calle Diego de Siloé se abría al sol que calentaba la tarde mientras el público buscaba la sombra para presencia el discurrir de Crucifixión, que con exquisita puntualidad abría las puertas de su casa hermandad.

La procesión de la hermandad radicada en la parroquia del Buen Pastor destaca todos los años por su sencillez en las formas. Un cortejo corto, con los nazarenos justos, que se refugiaban en los pocos tramos de sombra que había en calle Los Negros. El trono del Cristo de la Crucifixión salía a los sones de la banda de cornetas y tambores Santa María de la Victoria, que con Aurora arrancaba para empezar a adentrarse en su barrio. El exorno floral del trono, que demanda un grupo escultórico para completar la escena, fue muy cuidado con un discreto monte de corcho y pitas, así como lirios morados y rosas.

Minutos más tarde salía en su trono de talleres de Orovio de la Torre la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. Adornado por rosas y orquídeas blancas en una conjunción perfecta, la Virgen abandonaba El Ejido para seguir en dirección al recorrido oficial, sorteando sin problema los cables que podían entorpecer su caminar en dirección a calle Frailes.

La luz se convertía en reflejo dorado en el trono del Cristo de la Columna mientras encaraba la curva entre el Pasillo de Santa Isabel y calle Cisneros. Los nazarenos ganaban poco a poco la calle en línea recta para dejar paso al Señó Manué, al que los vecinos de la Cruz Verde acompañaban desde la salida con sus cantes y palmas que no se detenían en los momentos en los que el trono. La banda de cornetas y tambores de la Estrella -con dos banderines que representan la misma idea- ponía los sones al sufrimiento del Cristo moreno cuando buscaba el entorno de calle Nueva.

A pleno sol aguantaba el tirón la sección de la Virgen de la O mientras la rampa de la Aurora terminaba de morir. Al final, la Tribuna de los Pobres rompía en aplausos y vivas para la titular, que no dudó en lucirse para disfrutar con el pueblo. No quiso Juan Rosén perder la oportunidad de lucir las mejores galas entre los pliegues del rostrillo de María de la O, que estuvo escoltada por grandes velas rizadas.

Fuera del cortejo, por las barandillas que separan el centro del río, y sin que la cofradía tuviese responsabilidad directa, una niña lucía capa y faraona de damasco blanco de la propia hermandad sobre un vestido, perdiendo el decoro y respeto que el vestirse de nazareno debe tener. Misión de la hermandad -y de todas las cofradías y de las familias- debe ser su puesta en valor.

Gitanos pasaba por el mercado de Atarazanas y Crucifixión recorría la Alameda cuando la cruz guía de Dolores del Puente se abría camino desde la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán. El encaje ya estaba cuadrado a la perfección y las cofradías llenaban cada extremo del centro histórico antes de las ocho de la tarde. Eso hacía dificultoso el transitar de las muchas personas que acudieron a vivir la jornada de ayer en la calle, pero ofrecía estampas perfectas en cada esquina.

Con las luces apagadas dentro de la iglesia y un silencio ejemplar, con mucho más respeto dentro que fuera en la plaza, sonaron las primeras campanas del trono, con los tres crucificados, el buen ladrón y el soberbio que no alcanzó a arrepentirse a tiempo, la Virgen María a los pies de su Hijo y San Juan Evangelista. Mucha sobriedad y elegancia lucía sobre el trono de caoba y entre los fieles congregados, señales de la Santa Cruz y un rezo callado.

Nuestra Señora de los Dolores, una imagen pequeñita, de rostro nacarado y roto por el dolor, con su manto negro bordado en oro, siguió el paso del Cristo hacia el Puente de la Esperanza. El pregonero Rafael de las Peñas dio lo primeros toques de campana de este trono que presentaba este año su Virgen restaurada por Francisco Naranjo, autor también del cartel de la Semana Santa de 2015.

Volvía a hacer calor y en la plaza de los Mártires, pasadas las cuatro y media de la tarde, la Policía tenía que lidiar con la gente para poder dejar el hueco justo que necesita la cofradía de Pasión para poder iniciar su recorrido. Dos minutos antes de la hora señalada se abrieron las puertas para iniciar una procesión perfectamente formada con la banda de cornetas y tambores Nazareno de Almogía abriendo musicalmente el cortejo. Dentro de la iglesia se podía ver la maniobra del trono de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, con su cruz a cuestas, ayudado por el cireneo. Jesús de la Pasión de Perfecto Artola sonaba dentro del templo mientras el Señor enfilaba la puerta sobre hombres de trono tapados con capillo. Los portadores de los varales exteriores salieron a la plaza. El trono está tan ajustado a la puerta que no cabe el cuerpo de estos hombres. Se hizo el silencio. "Seguimos avanzando, muy despacio, señores, un poquito más", decían los capataces. Salvada la cruz, sonaron alegres las campanillas. "Poquito a poquito vamos abriendo el paso a la derecha", ordenaban. No cabía el trono en la plaza. Pegados a la pared del negocio de kebabs, los portadores hicieron girar hacia la calle Santa Lucía el primer trono de oferbrería de la Semana Santa malagueña, incorporado en el año 1946.

Tras los tambores, volvía a salir de dentro de la iglesia la sobrecogedora música de la Banda Municipal de Arahal que tocaba Virgen del Amor Doloroso de Eloy García. Con medición absoluta, pusieron el trono de cara a la puerta y se pudo contemplar la Virgen de los Remedios en plata que estrenaba el trono en la entrecalle de la candelería.

La sacaron a brazos, como no puede ser de otra manera para que el palio pase sin problemas bajo el arco, pero la subida fue complicada y desató las exclamación de los congregados. A hombros subieron el trono para ponerle las patas e iniciaron el dificultoso giro hacia la calle Santa Lucía. Luego seguiría por Granada para emprender el camino hacia la Catedral. "Seguimos abriendo a la izquierda", decía el capataz. Sonaron los aplausos, Pasión volvió a estar un Lunes Santo más en la calle.

A las seis y media, mientras Pasión hacia estación de penitencia en la Caredral, de la calle Alcazabilla brotaba un murmullo abrumador. Mucho público joven congregado, muchos estudiantes, que cumplían un año más la tradición de ver al Santísimo Cristo Coronado de Espinas y a Nuestra Señora de Gracia y Esperanza. Las vallas impedían que más gente entrara en el recinto acotado para hermanos, autoridades y periodistas. Los hombres enchaquetados se aproximaban a la casa hermandad para iniciar su penitencia bajo el varal.

Dentro de la sede poca gente cabía, pero a Antonio Banderas y su pequeño séquito se le hizo un hueco. También estaban, además de personalidades del ámbito universitario, los pintores Andrés Mérida y Eugenio Chicano. La procesión ya estaba formada en la calle y con extrema puntualidad se abrieron las puertas de la casa hermandad. La gente se arremolinó y la Policía se empeñaba en contener un torrente imposible, entre las clásicas protestas.

Dentro cantaban el Gaudeamus Igitur mientras mecían al Señor y su Madre al unísono. La guardería inició su camino con sonidos de campanillas y caras ilusionadas. Cientos de nazarenos de terciopelo burdeos precedían al Cristo en una interminable fila de penitentes procedentes de la iglesia de San Agustín. Más de 1.000 nazarenos fijaban el récord de la cofradía con más hermanos. Las doradas cabezas de varal asomaron y se pidió silencio. Sonó el himno nacional. El Cristo ya estaba en la calle. El Gaudeamus volvió a sonar junto al canto de los portadores que maniobraban un trono tan inmenso que hacia pequeña la ancha calle. Y ahí iba Jesús con su espalda azotada y su gesto cabizbajo, lleno de dolor en su altar de brillante dorado.

La banda Julián Cerdán tocó la marcha Virgen de los Estudiantes y Nuestra Señora de Gracia y Esperanza tomó Alcazabilla bajo una lluvia de pétalos. Las cabezas de varal volvían a meterse en los naranjos para poder hacer el giro. Ya estaba Nuestra Señora en la calle emocionando a Málaga en una tarde rabiosamente primaveral.

El Lunes Santo siempre es el día grande para el barrio de la Trinidad. Se transforma y revive lejos de los fantasmas que acechan a sus pocas casas y calles que quedan con solera y vecindad. Es el día de su vecino más conocido, y en la plaza de la casa hermandad no cabía nadie más cuando aún faltaba una hora para la salida del cortejo blanco y malva. El submarino de la Virgen de la Trinidad Coronada se preparaba en la Peña Recreativa Trinitaria. Pequeños revestidos con roquete y con capas se asomaban a las ventanas de la sala de juntas para saludar, inquietos ante la espera. El barrio respiraba Cautivo.

Diez minutos antes de la hora prevista se abrían las puertas de la casa hermandad. Frente a la banda de cornetas y tambores de Jesús Cautivo, la banda de Bomberos llegaba con crespones negros entre las plumas de los cascos, por el fallecimiento de uno de sus miembros. Mientras, en el interior de la casa hermandad una promesa cumplida antes de iniciar la salida: El comisario episcopal, Carlos Ismael Álvarez, consiguió unir a todos los ex hermanos mayores de la corporación trinitaria, como signo de unión de la cofradía, necesaria en estos tiempos, viendo en una misma fila a hermanos enfrentados, volviendo a compartir.

Tras el rezo pertinente, con especial atención a Manuel Montero, consejero de la hermandad y mayordomo de trono, fallecido recientemente, comenzaron los vivas al Cautivo y la Trinidad antes de que saliese el trono, que maniobró a los sones de la marcha Cautivo dejando la cabeza de varal a 20 centímetros de la pared. Los aplausos, vivas y las lágrimas de emoción ante el Señor de Málaga invadieron la calle como un escalofrío que se extendía entre las filas de nazarenos y el público.

Atrás quedaba, esperando pacientemente, la Virgen de la Trinidad, mientras sus portadores se organizaban y observaban el magnífico techo de palio bordado por Joaquín Salcedo en hilo de oro sobre terciopelo púrpura, unido a la restauración del trono que brillaba en su salida procesional, aunque necesita recuperar la proporción áurea para que la Trinidad luzca en plenitud.

El Cautivo arrastraba masas y promesas a su paso por el barrio, para devolver un poco de esperanza a quienes fueron a visitarle antes de cruzar el Puente de la Aurora. Málaga esperaba a su Señor.

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