Pese a todas las medidas adoptadas hasta ahora (legales, de concienciación, de seguridad y hasta de técnicas de autoprotección y persuasión), las agresiones en el ámbito sanitario crecen de año en año. En 2017, según Satse, 1.115 en Andalucía, de ellas 285 físicas.

Más allá de condenar tales comportamientos, quizá convenga detenerse en las múltiples causas que pudieran explicar semejante dislate. No me parece la menor la pérdida del tradicional respeto que antes existía entre pacientes y personal sanitario. Sobre todo en la sanidad pública, avanza la idea de que quien allí te atiende, porque cobra de tus impuestos, está incondicionalmente a tu servicio: ha de hacerlo con la máxima calidad y con la mayor rapidez. Siendo, al cabo, un empleado tuyo, tienes derecho a exigirle que tu problema pase a ser el primero y principal de sus desvelos. Esa pretensión, tal vez entendible pero insolidaria, confluye con las propias limitaciones del sistema: la universalización, en sí un logro, produce masificación; ésta, a su vez, por falta de medios y de tiempo, hace que el profesional no pueda acceder a la parte humana del paciente; el acto médico se despersonaliza; además, acaso porque en nuestra sociedad se tolera cada vez menos el error, gana terreno la medicina defensiva, esto es, aquélla que se limita a aplicar estrictamente los protocolos, con el consiguiente aumento de la frialdad y de la distancia entre profesionales y enfermos. Únanse todas esas disfunciones al hecho de que en determinados sectores de la población se sigue recurriendo a la violencia como forma de reclamar los derechos y de afrontar frustraciones y el conflicto estará servido. Y eso que aún quedan, claro, los casos de riesgo lógico: a veces, médicos y sanitarios han de enfrentarse a personas psíquicamente alteradas o con adicciones incontrolables. Así como, finalmente, a supuestos en los que el ciudadano persigue un beneficio personal fraudulento (recetas imprescriptibles, bajas laborales irregulares, etc.). Demasiada lluvia como para desaguarla con simples paraguas.

Porque no estamos ante locuras aisladas, sino ante un cúmulo de factores de peligrosidad, es urgente un diagnóstico completo y certero: hay que atacar, y ya, la raíces del fenómeno. El tratamiento sintomático no sirve. Hágase lo que se deba, cueste lo que cueste, para sosegar el ejercicio de una de los oficios más difíciles, necesarios y abnegados de cuantos existen.

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