El balcón

Ignacio / Martínez

Un arzobispo en apuros

NO podemos seguir insistiendo sólo en aborto, homosexualidad y anticonceptivos. Cuando el papa Francisco hizo estas declaraciones a una revista de la Compañía de Jesús, hace algo más de un año, estaba dejando sin discurso a buena parte de la jerarquía eclesiástica española, encabezada entonces por monseñor Rouco Varela. El papa español calificaba el matrimonio homosexual como una rebeldía del hombre contra sus límites biológicos. Pero Rouco, recién jubilado, no estaba solo en su cruzada moral. Muchos de los prelados que han ocupado puestos importantes en las diócesis españolas durante su largo mandato compartían su filosofía pastoral, basada más en las buenas costumbres que en la lucha contra la desigualdad y la pobreza.

Uno de los arzobispos nacionales más señalados en sus manifestaciones contra aborto, homosexualidad y anticonceptivos ha sido Francisco Javier Martínez, el titular de la diócesis de Granada. Hoy, un obispo en apuros, puesto en evidencia por el propio Jorge Bergoglio. El Papa en persona ha perdido perdón a una víctima de abusos sexuales por un grupo organizado de sacerdotes de la provincia y ha exigido responsabilidades. Las dudas, escasa celeridad y ocultamiento de este grave caso, que no había sido comunicado siquiera a la Conferencia Episcopal, han dejado en incómoda situación al prelado. Hoy está anunciado para oficiar la misa de 12:30 en la catedral granadina, pero en los últimos días se especuló que había sido llamado a capítulo a Roma y él mismo admite que su cargo está en manos del Papa.

Monseñor Martínez es autor de frases célebres por su fundamentalismo y endeblez científica, como que los preservativos no sólo no han parado el sida, sino que lo han propagado. También calificó el aborto como genocidio silencioso y comparó la ley a los campos de concentración nazis. Espantado por el matrimonio homosexual, contrario a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, editor de un libro que recomendaba a la mujer casarse y ser sumisa, el arzobispo de Granada no ha ejercido el mismo puritanismo e intolerancia en este caso de pederastia denunciado en su diócesis. Es una lástima que la hipocresía no sea uno de los pecados capitales. En compensación, ha quedado abiertamente en ridículo.

Y mientras el arzobispo acaba desairado, el Papa vuelve a dar una lección a su jerarquía más obsoleta y conservadora. Se muestra cercano a las víctimas de abusos, a las personas más desfavorecidas de la sociedad, pero también a los estigmatizados por la religión. Y deja en un segundo plano la obsesión reiterativa de los sermones dogmáticos sobre cuestiones sexuales, morales, canónicas o litúrgicas. A ver si lo aprenden algunos dignatarios de la Iglesia. Y lo aplican.

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