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Besitos a la bella durmiente

  • lQue dice el Rey que Málaga ha hecho del dinamismo su bandera, así que habrá que creérselo lEl escaparate, desde luego, ha quedado resultón lPero ¿hacia dónde vamos?

Hombre, no hay que ser tan apretados, esperemos que el príncipe besucón nos deje dar por lo menos una cabezadita.

Hombre, no hay que ser tan apretados, esperemos que el príncipe besucón nos deje dar por lo menos una cabezadita. / m. h.

Nunca he sido muy del Carnaval (nadie es perfecto), pero la semana pasada fui al Teatro Alameda a ver la comparsa La bella durmiente, cuyas letras ha escrito mi compañero y cómplice José Luis Malo. El planteamiento me encantó: los miembros de la agrupación comparecían como príncipes galantes dispuestos a despertar a besos a la bella durmiente, que no era otra que Málaga, sumida en sueños ensimismados desde hace vaya usted a saber cuánto. De entrada, esta premisa contenía un análisis acertado y revelador de la ciudad como criatura social, histórica y política, por lo que resultaba ampliamente necesaria. Disfruté mucho la actuación, bien interpretada, medida y rigurosa en sus formas musicales, mientras el fondo quedaba exento de ese patriotismo pueril por el que a menudo, en los ámbitos más diversos, se confunde el amor al lugar del que es uno con el chauvinismo barato y envenenado de rencor. Las letras de Malo contienen toda la intención que cabe esperar de una comparsa de Carnaval, llamando a las cosas por su nombre (qué manera de poner al alcalde en su sitio a cuenta de los dichosos rascacielos: a Dario Fo le habría encantado) y tirando de rabia cuando hacía falta (especialmente en la emocionante reivindicación de la memoria histórica) pero a la vez con elegancia, con buenas maneras, sin levantar el tono más de lo preciso, que es como con más hondura penetra el aguijón. En fin, que lo pasé en grande y, como siempre cada vez que asisto a un espectáculo que me remueve, me quedé rumiando después un buen trecho. Sí, ciertamente a Málaga le viene que ni pintado el símbolo de la bella durmiente, pero una bella durmiente a gusto, explayada, tapada con la manta hasta las cejas, de las que se quedan en el catre hasta las doce, con ronquidos y todo, de aquí no me levanta ni San José de Cupertino, que era un místico que levitaba a velocidad de crucero, marcha atrás y todo. La nuestra es, digamos, una ciudad que se ha reconocido en esta suerte de indolencia por la que siempre se espera que sea otro el que nos resuelva los problemas, nos ponga el reloj en hora, nos pague las deudas y nos friegue el piso. En realidad, que venga un príncipe idiota a despertarnos es un engorro: si alguien nos quiere, que nos acepte dormidos, porque así de fritos estamos mejor y así preferimos quedarnos. La cuestión es que volví a rumiar sobre el asunto hace unos días con la visita del Rey. En su discurso, Felipe VI afirmó que Málaga ha hecho del dinamismo su bandera, y entonces pensé mira por dónde, no es un príncipe sino todo un rey el que viene a darnos besitos para despertar a la bella durmiente (o igual sí es un príncipe aunque ha llegado demasiado tarde, cuando ya ha heredado el trono). Claro, cualquiera contradice al monarca. Razón no le falta: en toda España y en medio planeta (uf, qué flamenco suena esto) se habla de Málaga como ejemplo de dinamización y de reinvención. El escaparate ha surtido su efecto, y desde luego Málaga no es la misma de hace sólo quince años. Faltaría más, Su Majestad.

Lo que sucede es que uno tiene la sospecha de que el dinamismo ha consistido en cambiar los huevos de cesta aunque los huevos siguen siendo aproximadamente los mismos. En cuanto a la innovación investigadora y el refuerzo de empresas de base tecnológica, que ciertamente está dando sus frutos, da la impresión de que se hace todo (Universidad incluida) de espaldas a la ciudadanía por cuanto no se persigue un objetivo de verdadera transformación social sino un consuelo meramente economicista, en virtud del anhelo de nuevos nichos de mercado o, para ser más honestos, del titular fetén de cara a la galería. En cuanto al desarrollo cultural, también innegable, el problema no es (sólo) la mera justificación para la creación de equipamientos en relación al turismo, sino la asimilación acrítica de todo lo que se genera en cuanto a creación y producción, que no es poco, pero sí es en su mayor parte pobre, falto de aspiraciones y más aún de determinación a la hora de afectar, proyectar y consolidar. El ensimismamiento consiste en quedarse encantados con la innovación que sembramos y la cultura que cosechamos; lo malo es que el beso del príncipe nos haga descubrir que todo esto importa a mucha menos gente de la que pensamos, dentro y fuera de Málaga. Sigue sin haber una definición real de la ciudad fuera del turismo. Para hacer otra tortilla habrá que romper otros huevos, pero a ver quién encuentra a la gallina.

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