El Prisma

Ética ficción

  • El alcalde de Los Ángeles acaba de ser multado con 42.000 dólares, y cuatro concejales con 13.100, por aceptar invitaciones de saraos de Hollywood

EN las dos últimas semanas, mientras en Málaga el alcalde andaba defendiendo a duras penas el comportamiento de sus concejales Manuel Díaz y Teresa Porras, mientras íbamos conociendo los negocios del hijo de Manuel Chaves, mientras el PSOE andaluz se desangra no tanto por su guerra interna como por el desagüe y las alcantarillas del escándalo de los ERE, mientras Camps incluía a nueve imputados por corrupción en sus listas y los eurodiputados nos demostraban que no son de este mundo, sino de otro preferente, en Los Ángeles ocurría algo extraordinario. Algo, por otra parte, apenas fuera de lo habitual para un estadounidense, pero una noticia más inverosímil a ojos de un lector español, andaluz, malagueño, que si les digo que un platillo volante ha aterrizado en medio de Venice Beach, espantado a los vigilantes de la playa y abducido a las patinadoras. No se trata de ciencia-ficción, pero lo parece.

El alcalde de la megaurbe californiana acaba de ser multado con 42.000 dólares, y cuatro concejales con 13.100, por aceptar invitaciones para distintos saraos de Hollywood, como las ceremonias de los Oscar y los Emmy, o entradas gratis para partidos de los Lakers y un concierto de Shakira. Uno de los ediles llegó a pagar de su bolsillo 1.800 dólares para entrar en un par de actos de actores y famosos, pero el muy granuja se coló por la patilla en el baile posterior. Será corrupto el tío.

La noticia se va haciendo más increíble a medida que vamos leyendo que los sancionados no sólo han pedido públicamente perdón, sino que han acordado la cuantía de sus castigos con las comisiones de Ética del Ayuntamiento y la de Buenas Prácticas Políticas del estado de California. Y si les digo que la ley impide allí a los políticos aceptar, al cabo de todo un año, regalos que sumen un valor superior a 100 dólares de empresas o particulares con intereses en el municipio, me llamarán mentiroso, cuentista. Y a los americanos puritanos, estrechos de mente, exagerados, apretados. Y si añado que también han sido multadas la Academia de Cine de Hollywood y el dueño del estadio Staples donde juegan Kobe y Pau por formular esas invitaciones, me mandarán a escribir un guión. Un español, un andaluz, un malagueño, no puede creerse semejante noticia.

Durante estos últimos largos cuatro años que llevamos de crisis económica, no falta el día en que no se oiga que la dichosa palabra también significa oportunidad. Oportunidad para cambiar el modelo, para reformular el sistema, para ser más productivos, para refundar valores y poner los cimientos de una nueva moral. Y empezar a usar la palabra ética para algo más que las campañas electorales. Entre los cientos de propuestas y promesas que se llevará el viento a partir del 23 de mayo, no habrán oído ninguna que hable de crear comisiones éticas en los ayuntamientos, en las diputaciones, en los gobiernos autonómicos y el central.

Tampoco se ha escuchado en esa maraña de grandilocuencias, ataques al rival y compromisos para no cumplir, la idea de crear un código ético para los cargos públicos. Una lista de mandamientos y de sentido común que regule y limite los regalos, que prohíba comprar vehículos a adjudicatarios de obras, que el trasero de ciertos políticos coja la forma de los mullidos asientos de los palcos, que impida que los coches oficiales lleven a los cargos institucionales a los actos de partido. Qué diantre, que se eliminen las flotas de coches oficiales y se acabe con esos sueldos de tres o cuatro mil euros mensuales que cobran algunos chóferes entre dietas y horas extra.

Aunque si le damos a los partidos la oportunidad de crear un nuevo ente independiente que los controle, el resultado final será el contrario: la constitución de un organismo lleno de políticos, asesores y estómagos agradecidos, con salarios astronómicos, que se dedicarán a vivir del cuento y obedecer órdenes. Oiga, que también se pueden constituir comisiones independientes con funcionarios, y sin sueldo adicional. Un experimento común en otros países que quizás deberíamos probar alguna vez.

Se avecinan al menos dos años tanto o más duros que los que ya hemos soportado. Si de esta crisis salimos sin aprender nada, sin mejorar, como quien espera sentado a que escampe, rascándose la barriga, en lugar de fabricarse un paraguas para ir a trabajar, puede que no merezcamos otra cosa. No tendremos remedio. Ni derecho a quejarnos.

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