Europa a un paso

De Milán a Venecia

  • La Scala, la Pietà inacabada del Miguel Ángel y la Última Cena del Cenáculo de Leonardo son imprescindibles en Milán con la catedral. De Venecia, mejor no hablar. Llegamos al cielo

VIAJAR es una de las maneras de hacer que el mundo se mueva ante nuestros ojos. Hay otras, pero no son tan divertidas. Decía Jardiel Poncela que viajar es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma de inteligencia. Seamos inteligentes y aplaquemos nuestra sed viajando, esta vez por el norte de Italia, desde Milán a Venecia.

Lo más cómodo y barato, es hacer Barcelona-Génova. Una buena y empinada autovía nos dejará en Milán. Aquí, en ésta espléndida capital cargada de historia, de arquitectura, de música y de grandes obras maestras de la pintura y la escultura, comenzará nuestra ruta.

Milán es la segunda ciudad más grande de Italia y el epicentro de la economía italiana. La capital lombarda fue uno de los focos más deslumbrantes del renacimiento italiano. Después de independizarse del imperio germano, primero bajo el poder de los Visconti y después bajo los Sforza, Milán brilló entre las estrellas de la galaxia europea. Con el último Sforza, Ludovico el Moro, Luis XII de Francia se adueñó de la Lombardía, pero le duró poco la alegría ya que Carlos V se la arrebató y fue española durante dos siglos, hasta que llegó Napoleón. El corso la nombró capital de la República Cisalpina. La recorreremos de este a oeste.

¿Quién no ha oído hablar de la Catedral de Milán? Pocos, pero seguramente son muchos los que no saben que para entrar es obligatorio ir vestido "decentemente". Las mujeres con escote, sin mangas y con pantalones cortos, se quedan en la calle (cosas de la Iglesia). La impresionante catedral de estilo gótico flamígero comenzó a construirse en el siglo XIV y se terminó en época napoleónica. Lo más impresionante de su visita es pasear por los tejados entre una maraña de arcos arbotantes, agujas, estatuas y gárgolas. En el interior no dejaremos de ver la tumba de San Bartolomé, cuyo autor, D'Agreste, humilde él, la firmó: "No la esculpió Praxíteles". También nos detendremos ante las soberbias vidrieras y ante el catafalco de Gian Giacomo Visconti, el duque que inició la catedral.

Milán posee numerosos edificios religiosos y civiles dignos de ver, además de museos y pinacotecas como para estar días visitando colecciones de interés. Pero hay tres cosas, aparte de la catedral, que hacen de Milán una ciudad con un atractivo único en el mundo: la Scala, la Pietá inacabada de Miguel Ángel y la Ultima Cena del Cenáculo de Leonardo. Desde la Plaza del Duomo, a través de la espectacular Galería Victorio Enmanuele (el "salón de Milán"), saldremos justo enfrente del Teatro della Scala. Podremos visitarla por dentro e imaginarnos qué se puede sentir ante la representación de una ópera de Verdi o de Puccini. Desde allí nos iremos al Castillo de los Sforza. Impresionante residencia de los Duques de Milán. En su interior están los museos artísticos y, dentro de ellos, una pieza inimaginable, una joya de Miguel Ángel: La Pietá Rondanini, su última obra inacabada. ¿Y después de ésta, qué? Pues continuaremos por la pinacoteca del castillo donde podremos deleitarnos con los cuadros de maestros como Mantegna, Lippi, Bellini, Corregio o Tintoretto entre otros.

Seguiremos con la visita, aunque haya que hacer horas de cola al sol (siempre hay cola y sol, aunque no siempre está abierto al público), a la Última Cena de Leonardo da Vinci, el famoso fresco del Cenáculo de la iglesia renacentista de Santa María delle Grazie. Y seguiremos en Milán cuanto queramos ¡qué ciudad!

Podemos, como opción acercarnos a Pavía. Está a unos 35 kilómetros. Su Cartuja (Certosa), es una muestra espectacular del renacimiento lombardo, es realmente espectacular. Continuaremos nuestro viaje hasta llegar al siguiente objetivo: Verona. Pasaremos de largo por los lagos, especialmente el de Garda, ya que en verano están macizados de gente. Se asemejan bastante a un extensísimo melonar.

Verona es la historia de un amor. La historia de Romeo y Julieta. La tragedia entre las familias de los Capuleto y los Montesco. Aquella historia que Shakespeare dio a conocer al mundo entero y que sigue viva en la actualidad. En Verona cada veronés puede ser un capuleto, o no, quizás no, quizás sea un montesco. ¿Quién sabe?

La ciudad, con importantes restos romanos, conserva de manera extraordinaria el anfiteatro romano, al que le llaman La Arena. En verano se celebra en ella un importante festival de ópera, al que con suerte podremos asistir alguna noche. El río Adile abraza con un meandro el centro de la inolvidable ciudad. Lo más importante en Verona es pasear. Paseando nos encontraremos con auténticas sorpresas como la fuente de la Madonna Veronna del s. XIV, cuya virgen es una estatua romana, o las torres de los Lamberti, o las casas medievales de los Mazzanti, o la casa de Julieta con su balcón y todo o la cochambrosa casa de Romeo en la que existe un bar servido por una auténtica Julieta (al menos cuando yo estuve). Buscaremos las Urnas Escalígeras (Arche Scalígere), el más imponente grupo de arte gótico funerario. Se encuentran junto a la románica Santa María la Antigua. Deberemos visitar el Castellvecchio (Castillo junto al río), más a las afueras San Zeno Maggiore y, siguiendo el curso del río, en el convento de los capuchinos, la tumba de Julieta, pero si hace mucho calor lo dejamos.

Merece la pena que hagamos una parada en Padua, aunque sólo sea en honor de Dante, Petrarca, Copérnico o Galileo que pasaron por su universidad y, además, porque aquí yace un famoso Antonio que fue santo. Por éste último es por lo que la ciudad está siempre llena de gente en peregrinación. Es normal que a Padua vayamos básicamente a ver la Basílica de San Antonio, al fin y al cabo es lo más importante de la ciudad, ya que de la universidad prácticamente no queda nada y el resto tampoco levanta pasiones. Es importante que no confundamos la basílica del santo con alguna otra, de tamaño descomunal, que existe en la ciudad, como es la de S. Giustina. En cierta ocasión, hace bastantes años, consumí un carrete de fotos (que valía una pasta) en ésta última hasta que un paduano me dijo que estaba haciendo el panoli y que la de San Antonio estaba más abajo.

Y de Papua a nuestro destino: Venecia. Hemos llegado al cielo. De Venecia es mejor no hablar. Véanla. Amigos, ¡a freír monas la pasta (monetaria)! Cójanse una habitación en el Gritti Palace, y si no hay en el Danieli Ciga Hotel, como hacían Marcel Proust o Wagner ¡qué caramba!, y vea atardecer en el Gran Canal mientras se toma un buen dry martini, mientras le traen la cena, en el Club del Doge. A disfrutar y regrese como pueda.

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