Málaga

Pablo, el deportista que detestaba las injusticias

  • La familia afirma que no toleraba que se abuse de los más débiles

Pablo, en una imagen tomada en la pasada Semana Santa

Pablo, en una imagen tomada en la pasada Semana Santa / M. H.

Pablo era protésico dental, pero este año había comenzado a prepararse unas oposiciones para conseguir una plaza como funcionario de prisiones. Tenía pasión con su sobrino, hijo de su única hermana. Amaba las motos, el deporte, principalmente si llevaba consigo cierta dosis de riesgo y adrenalina. Había practicado submarinismo, pesca, esquí, fútbol, baloncesto, montado en bicicleta y solía ir de cacería con su padre, un conocido abogado laboralista. Era, en palabras de un portavoz de la familia, un joven atlético de 1,92 metros de altura que disfrutaba a partes iguales con el campo que con la playa. Había llegado a estudiar durante dos años Ciencias del Deporte y formó parte del Club de Fútbol El Romeral, hasta que una lesión en un ligamento le hizo abandonar el equipo. Aficionado a viajar, recorrió numerosos países. Otras fuentes de su entorno le recuerdan como “un cielo de niño, siempre con una sonrisa”, además de un “deportista agradable” y muy activo. “No paraba quieto, era bueno en todo. Tenía un don”, expresa un joven que le conocía desde pequeño.

Vivía con sus padres en la zona de El Atabal. El día que se tornó en tragedia, había compartido una comida con su familia para celebrar su 22 cumpleaños. No dudó en acudir al cementerio para visitar a su hermano, que falleció como consecuencia de una enfermedad cuando apenas restaban tres semanas para que festejara los 22, las últimas velas que el destino quiso que Pablo soplara este jueves. La noche se la dedicó a sus amigos, con los que salió a cenar. Su ruta terminó a las puertas de una sala de fiestas del centro tras una agresión que ha conmocionado a todo su entorno. La familia está convencida de que intentó mediar en una reyerta empujado por su espíritu solidario. Confiaba en calmar a los implicados, con los que no tenía ningún vínculo. “Si se metió es porque seguro que vio una injusticia. No tolera que se abuse de los más pequeños. Él no sabe pelear ni se ha peleado nunca. No bebía ni fumaba. Era un niño muy sano, muy noble, sensible…”, refleja un familiar suyo. El inesperado golpe que recibió en la nuca, asegura, fue “fulminante”. Un derrame cerebral puso fin a sus días.

Pablo falleció con la satisfacción de saber que hace unos años había donado médula a su hermano, a quien la vida le regaló una década más desde entonces gracias al trasplante. “Eran 100% compatibles. Él era donante de médula, de sangre, plaquetas…Estamos muy concienciados”, explica la portavoz de la familia. Y de ahí que los progenitores hayan autorizado que se lleve a cabo el protocolo para la donación de órganos del joven a distintos receptores de varios puntos de la geografía a fin de poder salvar sus vidas, como él, sin duda, habría querido. Descansa en paz.  

 

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