Ciencia

Savia nueva frente a los grandes desafíos

  • El Departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga incorpora a dos científicas jóvenes que lideran propuestas en la investigación audaces con células madre en enfermedades neurodegenerativas.

Dos investigadoras repatriadas desde Estados Unidos han abierto en la Universidad de Málaga nuevas vías para abordar enfermedades neurodegenerativas. Patricia Páez y Elena González se han incorporado al Departamento de Biología Celular a través del programa Ramón y Cajal  creado por el Gobierno para captar talento. Su misión es explorar las oportunidades que ofrecen las células madres para luchar contra enfermedades todavía tan desafiantes para la ciencia como el alzheimer o la hidrocefalia. Ellas son en ciencia el equivalente de los chefs emergentes de la guía Michelin, pero con el inconveniente de no disfrutar del mismo reconocimiento social ni económico. En su equipaje portan artículos sobre sus hallazgos publicados en revistas solo al alcance del top mundial: Science, Nature y Neuron.

El descubrimiento de células madre en las cavidades ventriculares del cerebro abrió nuevas oportunidades para abordar la hidrocefalia, una enfermedad que afecta al 1% de los recién nacidos, en muchos casos con consecuencias neurodegenerativas que todavía hoy no tienen más tratamiento que el meramente paliativo. Las primeras expectativas que habían generado los tratamientos con células madre no habían dado los resultados que se esperaban. “Teníamos un problema grave. Las células madre implantadas se comportaban como querían y a veces incluso daban lugar a tumores, sin embargo vimos que las del cerebro ya estaban preacondicionadas”, explica Patricia González, investigadora de la Universidad de Málaga desde el pasado junio, cuando regresó de la Universidad de Duke (Carolina del Norte, Estados Unidos).

Su primer hallazgo, portada en la revista Neuron, fue una serie de células acompañantes que son indispensables para el buen funcionamiento de las células madre del cerebro. Después descubrió en ratones y publicó en Nature que las células madre son capaces de reparar determinados daños cerebrales. El último hito, del que dio cuenta la portada de Nature Neuroscience, fue observar que existen neuronas que controlan el funcionamiento de las células madre del cerebro. En resumen, las células madre sienten el daño cerebral y elaboran respuestas para luchar contra él, siempre y cuando dispongan del apoyo de células acompañantes o de neuronas.

Trabaja en la búsqueda de fórmulas para cultivar fuera del cerebro, y a partir de células progenitoras, las células acompañantes que desaparecen en los casos de hidrocefalia. Por el momento ha conseguido resultados de laboratorio y ha comenzado la fase de experimentación con ratones. Patricia Páez trata de elaborar técnicas de regeneración del epéndimo, la membrana que recubre los ventrículos cerebrales y que resulta dañada en infecciones como las que originan la hidrocefalia. De esta forma se podrá mantener a salvo la barrera que separa las neuronas del líquido cefaloraquídeo. Hasta ahora ha creado dos técnicas que en la actualidad prueba para comprobar su eficiencia.

Cinco meses después de regresar a su ciudad y al Departamento de Biología Celular  de la Universidad de Málaga donde hizo la tesis, Patricia Páez afirma sin atisbo de duda que en “España se hace buena ciencia pero se vende mal”. Cree que no se asume el riesgo de completar y explorar todas las vías que ofrece una investigación, de modo que se acaba publicando en revistas de bajo impacto. “Eso no es competitivo”. Además observa un segundo problema: “Falta inglés. Tú tienes que saber vender tus resultados, tienes que hacer que sean atractivos para el editor de la revista y para eso necesitas un nivel de inglés decente”. “Tenemos buenos científicos, pero la barrera del idioma se nota”, concluye.

Reconoce y valora la seguridad que le proporciona el programa Ramón y Cajal (cinco años de contrato y compromiso de incorporación posterior) que “ni por asomo es parecida a la de un profesor en Estados Unidos donde solo sigues adelante si consigues financiación”. De hecho, durante los nueve años de trabajo en Duke captó 5 millones de dólares. No obstante, también lamenta las dificultades para fichar personal para los grupos. “Es lo peor”. Su intención es crear un equipo con un investigador en formación y un científico posdoctoral, aunque todo dependerá de su éxito para conseguir dinero. Por el momento ha presentado un proyecto al European Research Council, el organismo europeo posiblemente más generoso en la financiación de la ciencia en el continente.

La carrera científica de la algecireña Elena González Muñoz, por otra parte, se ha trazado siguiendo la senda que abrió el japonés Shinya Yamanaka cuando en 2006 consiguió convertir células adultas en células madre capaces de dar lugar a cualquier órgano o tejido del organismo. Este hallazgo que condujo a Yamanaka al premio Nobel, le cambió la vida. Licenciada en Biología por la Universidad de Sevilla y doctora por la de Barcelona, trabajaba en la Universidad de California en los campos de células madre y tumores cuando la Fundación Progreso y Salud en alianza con la Universidad Estatal de Michigan lanzó una convocatoria para abrir una vía de investigación en el campo de la medicina regenerativa, bajo la dirección del catedrático estadounidense José Cibelli.

Elena González se incorporó al proyecto y durante dos años trabajó en la Universidad de Michigan hasta que en 2012 aterrizó en el Laboratorio Andaluz de Reprogramación Celular  

(Larcel), justo el mismo año que la academia sueca entregaba el Nobel a Yamanaka. Ponía fin a un periplo de nueve años por Estados Unidos y Barcelona.

“Es magia. Solo necesitas sobreexpresar cuatro genes para reprogramar una célula normal y convertirla en una célula pluripotente, equivalente a la embrionaria”, explica. En su caso transforma esas células en neuronas para investigar enfermedades neurodegenerativas. “Es una herramienta excepcional para probar fármacos, estudiar las rutas afectadas por la enfermedad o buscar los orígenes intrínsecos de la enfermedad en la célula”.

El área de investigación básica del Laboratorio Andaluz de Reprogramación Celular se trasladó en 2014 al Centro Andaluz de Nanomedicina y Biotecnología (Bionand), una entidad mixta promovida por las consejerías de Salud y Economía con la Universidad de Málaga (UMA), con sede en el Parque Tecnológico de Andalucía (Bionand), a donde también se mudó Elena González ese año, justo cuando publicaba en Science una fórmula alternativa a la de Yamanaka para reprogramar las células. A diferencia de otras soluciones inspiradas en la idea del científico japonés, ha desarrollado una propuesta totalmente diferente porque de entrada tiene en cuenta otros genes para reprogramar las células. El siguiente paso en su carrera se produjo el año pasado cuando logró una de las cada vez más escasas plazas del programa Ramón y Cajal, una iniciativa creada por el Gobierno para facilitar la captación de talento que en la actualidad es la única manera de conseguir cierta estabilidad en una universidad española cuando el perfil científico es más importante que el docente. En su primer año como cajal, ha conseguido captar 90.000 euros del plan nacional de investigación, que suma a la financiación del laboratorio y a la del programa , con el fin de abordar un análisis profundo de su método de reprogramación celular.

Trabaja con un equipo escaso. Casi límite: dos técnicas, una de ellas compartida con el resto del Larcel, y una investigadora del programa Juan de la Cierva destinado a la formación de investigadores junior. Las dificultades para incorporar personal al sistema es uno de los principales escollos que Elena González Muñoz aprecia porque limita las oportunidades para el personal en formación, pone en riesgo el relevo generacional y limita las oportunidades para captar financiación. “Necesitamos una persona con currículum que pueda competir por financiación en las convocatorias públicas y tener doctorandos”, subraya.

La limitación de los recursos pone incluso en riesgo el alcance de la actividad científica porque se sacrifican objetivos más audaces que requieren más tiempo y esfuerzo solo para obtener resultados antes.

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