calle larios

Una calle en bolas

  • La calle Larios ya no es una calle, pero no importa

  • Todos tenemos dentro un 'Black Friday'

  • Y siempre nos quedará la posibilidad de que un ángel de Victoria's Secret nos devuelva la sonrisa

Regreso a la calle Larios y conforme avanzo por una Plaza de la Constitución en la que abnegados operarios instalan el Gran Árbol Navideño sale al paso, enorme, radiante, espléndida, una señorita en brillante ropa interior con alas que podrían ser lo mismo de ángel que de hada. Sea como sea, la criatura se afana en dar a entender que, como los cronopios, no existe, o lo hace a su manera; pero ella está aquí para promocionar su sujetador y convertirlo en prenda apetecible para potenciales consumidoras.

Sobre el enorme parapeto desde el que la chica del anuncio sonríe, más operarios trabajan a destajo para que el local esté a punto en la inminente campaña navideña. Pregunto a mi compañera Victoria R. Bayona cuánto cuestan unas bragas en Victoria's Secret y me asegura que por internet se pueden comprar paquetes de cinco unidades por treinta y cinco dólares.

A un servidor, dado el despliegue publicitario, le parece una ganga, pero resulta que a partir de ahí los usuarios de más caché pueden dejarse una millonada en prendas con joyas incrustadas y demás caprichos de ésos con los que todos podemos distraer la futilidad de la existencia. Sabiamente, y conociéndome como me conoce, mi admirada compañera me llama la atención sobre el hecho de que el local cuya próxima apertura se anuncia en la calle Larios pertenece al subsello Victoria's Secret Beauty, que no se corresponde exactamente con lo que cabe esperar de un Victoria's Secret a secas, sino algo más discreto, parecido a los establecimientos que la cadena abre alegremente en los aeropuertos.

La cuestión es que, movido por la curiosidad, continúo mi periplo por la calle Larios bajo la sombra de más operarios, éstos ahora entregados en cuerpo y alma a la instalación del alumbrado, con esta suerte de recreación de la Catedral (vidrieras piadosas del Nacimiento del Niño Jesús incluidas, lo que sin duda creará un fenomenal contraste con las turistas del Golfo Pérsico que vengan al Victoria's Secret Beauty a comprar sus cosas) con la que Teresa Porras ha decidido deleitarnos, en busca de más tiendas de ropa interior sin salir de la emblemática vía. Y ahí que están los locales de Etam, Intimissimi, Tezenis, Calzedonia y Woman's Secret, con sus escaparates y reclamos a tamaño natural y sus dependencias atestadas de compradoras y algunos compradores, o más bien acompañantes que hacen las veces de sherpas.

Recuerdo otros centros comerciales abiertos, así llamados, en otras ciudades, y no recuerdo semejante aglomeración de primeras marcas de un mismo producto en trescientos cincuenta metros, que es la longitud de la calle Larios. A poco que des un paso, puedes encontrar las demás prendas para completar el uniforme, los complementos, el perfume y hasta las gafas, sin torcer una sola esquina. Y entonces, mientras uno de los técnicos la emprende a martillazos para asegurar no sé qué elemento colgante en la pseudocatedral recauchutada por la que desfilarán millones de incautos hasta el Día de Reyes, veo confirmada una sospecha primaria: la calle Larios no es una calle.

Es un centro comercial, sin más apellidos. No hay ninguna diferencia entre este recorrido y el que se puede completar en las arterias del centro comercial Rosaleda, o el Larios, o La Cañada. Sin embargo, las diferencias respecto a cualquier otra calle de Málaga sí son abultadas. Porque la calle Larios no es una calle. Es otra cosa.

Picado por la curiosidad, me pongo a contar establecimientos comerciales, como un idiota que estuviese pasando lista. Me salen 51 locales, contando los pocos cerrados o en reforma, e incluyendo las oficinas bancarias, Lepanto y Casa Mira. Precisamente, estos dos rincones constituyen unas de las pocas excepciones (junto a la Farmacia Mata, el estanco y el quiosco de prensa) a la novedad palpitante con la que todo se sucede: parece que el resto de establecimientos abrieron ayer, y en parte es así, con la presión que ejercen los candidatos a ocupar el mismo espacio, puestos en cola, en cuanto algún responsable de a saber cuál franquicia se lo piense demasiado. A la hora de comprar y de vender, todo se formaliza aquí de la manera más absolutamente impersonal: nada perdura, nada incuba valor alguno en la memoria, todo pasa sin más, con la más anodina indiferencia entre unas tiendas y otras.

Un puñado de jovencitos franceses, llegados seguramente en crucero con sus mayores, que me salen al paso con más jaleo del aceptable, se meten en el Springfield de la esquina con la calle Salinas como se meterían en el Springfield de su pueblo. Pero ésta es la diferencia entre una calle con tiendas y un centro comercial (abierto, cerrado, embutido bajo una catedral de pega o como ustedes quieran): el alma. Una calle, aunque vivan en ella cuatro gatos, aunque esté sucia y localizada en un polígono industrial o en las afueras, constituye, siempre, una experiencia humana; quedan huellas de las personas que la transitan en sus aceras y sus esquinas.

Un centro comercial, por más cuidado y espléndido que reluzca, será siempre un lugar dirigido a una transacción comercial, hoy con una tienda y mañana con otra, sin más problemas y sin más consideraciones. Y es necesario que las dos cosas sucedan para que una ciudad crezca; el problema es cuando llamamos calle a lo que no lo es, o cuando lo que una vez fue una calle (más aún, la calle de Málaga) se convierte un buen día en este mostrador de mercancías repleto de cajeros insaciables. ¿Pudo haberse llevado, en su momento, el escaparate que es la calle Larios a otro lugar, digamos, menos significativo? ¿Un espacio que no fuese una calle? Tal vez, pero ni siquiera hubo tiempo de proponer un debate: apenas amaneció peatonalizada, las franquicias ya estaban llamando a la puerta, frotándose las manos. Leo ahora que el precio de los alquileres de los locales ha subido un 3%, hasta los 160 euros al mes por metro cuadrado. Todo encaja.

Miro los puestos de postales y souvenirs y repito en silencio, como en meditación: la calle Larios ya no es una calle. Justo hoy han inaugurado aquí una exposición que rinde homenaje a los comercios tradicionales de Málaga y al evocar ciertos rostros y ciertos aromas la jugada me resulta bien cínica. Estoy de nuevo en la Plaza de la Constitución y la modelo de Victoria's Secret Beauty sonríe de nuevo con su sujetador de fantasía y sus alitas de pitiminí y pienso: no, mierda, es la calle Larios la que está en bolas. No hablo de los bolos de la Plaza de la Marina, ni de las bolas colgantes navideñas: hablo de una calle a la que le quitaron todo lo que llevaba, hasta la piel, para dejarla así, expuesta hasta la última prenda, esquilmada. Es el signo de los tiempos. Ya no hay ciudades, sino un eterno Black Friday. Mi reino por unas bragas.

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