Aún hay quien piensa que la tradición carnavalera no es propia de Málaga, pero la realidad es que al menos desde el siglo XIX se conoce documentalmente la vigencia de esta celebración de origen pagano adaptada al ciclo anual cristiano como días de fiesta previos a los rigores de la Cuaresma. Eso sí, la prohibición decretada por las autoridades franquistas tras la Guerra Civil consiguió eliminar esta fiesta del calendario hasta su recuperación durante la transición después de décadas de ostracismo.

El Carnaval se celebraba desde el domingo hasta el martes previo al miércoles de Ceniza que marca el inicio de la Cuaresma, con una prolongación en el Domingo de Piñata y que señalaba el final de la fiesta. La celebración tenía un carácter dual. Mientras que la burguesía se reunía en los bailes y concursos de máscaras que se celebraban en sociedades como el Liceo o el Círculo Mercantil, el historiador malagueño Víctor heredia aseguró que "las comparsas y estudiantinas ya cantaban por las calles sus coplas y tangos con letras pícaras y malhabladas, que hacían referencia a asuntos de actualidad y aportaban un auténtico sabor popular". Ya hacia 1900 varias de estas comparsas editaban folletos con las letras de sus coplas para venderlas al público.

La Sociedad Propagandista del Clima y Embellecimiento de Málaga, fundada en 1897, vio en estas fiestas una oportunidad para atraer a los turistas de la época, que visitaban la ciudad sobre todo en invierno atraídos por las suaves temperaturas, por lo que durante los años siguientes procuró impulsar los aspectos más elegantes y atractivos del Carnaval.

En 1903, año en la que data la foto y en la que se refleja el desfile de carruajes de Carnaval en el Paseo de Heredia, pasearon y cantaron por las calles malagueñas comparsas como Andaluza, Las Napolitanas, Los Húngaros, Sitiadores de Murcia, Niñas Marineras y Jabegotes, entre otras. Siete de ellas participaban en carrozas engalanadas e iluminadas y las otras dos marchaban de pie.

Ese año el Carnaval se celebró entre el domingo 22 y el martes 24 de febrero. Dentro del programa se incluían batallas diarias de serpentinas y confeti en el paseo del Muelle de Heredia, entre los carruajes a los que se les permitía el acceso. Después la comitiva de carruajes hacía un desfile por las calles céntricas, llegando hasta la plaza de la Constitución, para volver por la calle Larios hacia la Alameda. Una parte del paseo se acotaba para el público, que previo pago de una entrada, podía disfrutar de sillas para ver el desfile.