El Prisma

El mal menor

  • Javier Arenas se presenta como el adalid del cambio necesario en Andalucía cuando él es precisamente lo único que no ha cambiado en los últimos veinte años en la escena política andaluza

PARA tratarse de alguien que lleva tanto tiempo queriendo ser presidente de la Junta de Andalucía, de alguien incapaz de aceptar la derrota por muy fiel que ésta le haya sido en cada cita con las urnas, se diría que Javier Arenas quiere, secretamente, seguir donde está: en la oposición. Es lo que tiene ser conservador, el inmovilismo viene de casa. Y al fin y al cabo, en realidad uno se encuentra bastante más cómodo señalando los muchos, muchísimos errores ajenos que afrontando la tremenda responsabilidad de gestionar un gobierno y tener que tomar decisiones difíciles. Y además mira que es divertido, y fácil, meterse con el pobre Griñán y sus intentos de achicar con un cubito de playa agujereado la tempestad que se va a llevar por delante el barco del PSOE andaluz.

Arenas lleva tantos años de líder de la oposición que ya hasta parece bueno en su trabajo. Estamos tan acostumbrados a verlo en Canal Sur dando ruedas de prensa protestando como a los programas de Los Morancos. Nos hemos inmunizado. Pero eso no significa necesariamente ni que un especial de los humoristas sevillanos con la duquesa de Alba sea lo ideal para una televisión pública ni que el político de Algodonales sea el más adecuado para presidir el Gobierno andaluz. Desde luego, con posicionamientos como el de esta semana en defensa del alcalde de Alhaurín el Grande, recién condenado por corrupción, resuelve muchas dudas sobre si es digno del puesto. Ante su primera decisión difícil, pero clara, ha suspendido el examen estrepitosamente. Si sin haber llegado aún al Gobierno autonómico el aspirante demuestra que no distingue lo que está bien de lo que está mal, su confusión moral y ética sólo puede empeorar con el paso del tiempo.

Tras poner el grito en el cielo en decenas, cientos de ocasiones, por comportamientos muy criticables, pero todavía no enjuiciados, de los socialistas, a los que los populares piden dimisiones prácticamente por respirar, el líder del PP-A defiende ahora que sería conveniente hacer una reflexión entre los partidos, un "debate franco y sereno", para ver el alcance de la presunción de inocencia, incluso más allá de la primera condena. No señor. Ningún acuerdo entre formaciones políticas, ningún nuevo ejemplo de la partitocracia perversa que tiene al país donde lo tiene, hurtará a los ciudadanos el derecho a considerar corruptos, con sus ocho letras, a los políticos condenados.

Quizás vaya siendo hora de exigirle a la oposición tanto como a los gobiernos. Y preguntarle a Arenas qué haría si uno de sus hipotéticos consejeros resulta detenido, imputado, procesado y condenado por cohecho, por exigir dinero a un empresario a cambio de una resolución administrativa ventajosa. ¿Lo mantendrá en su ejecutivo hasta que la condena no sea firme? ¿Tendremos que esperar ocho, nueve, diez años, hasta que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo dictamine sobre el último recurso? Arenas y Elías Bendodo, quien también se ha mojado en defensa de Martín Serón, él sabrá por qué, se han retratado. También a su partido. ¿Con qué cara defenderán en su congreso de Sevilla esa carta de compromisos que obligará a sus políticos a dejar los cargos cuando estén inmersos en procesos judiciales que dañen la imagen popular? ¿Se lo va a creer alguien?

Javier Arenas se presenta como el adalid del cambio necesario en Andalucía cuando él es precisamente lo único que no ha cambiado en los últimos veinte años en la escena política andaluza. Promete austeridad cuando los alcaldes de su partido han sido tan derrochadores como los que más -ay, Art Natura-, transparencia cuando algunos de sus colaboradores más cercanos -su portavoz parlamentaria, Esperanza Oña- son referentes de opacidad, y ejemplaridad cuando ante la primera oportunidad desprecia las decisiones judiciales y ampara a un condenado que arremete contra la Policía, la Fiscalía y los jueces.

Es comprensible que el electorado esté harto de los socialistas tras treinta años en los que han construido un régimen que ahora hace aguas, una trinchera de intereses que se resisten a abandonar cuando el escándalo de los ERE habría derribado gobiernos en otros países en los que se tiene más respeto al ciudadano. Como Rajoy, Arenas pretende llegar a la Junta sin más mérito que el demérito del rival. En lugar de como el cambio, debería presentarse como el mal menor. Que nadie reproche nada a los andaluces que se queden en casa el 25-M. Empieza a ser lo más natural.

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