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Los marines claman venganza

  • La rabia y la desazón se extienden entre los soldados norteamericanos en la provincia de Helmand ante el constante aumento de las bajas en sus propias filas

La exasperación y la sed de venganza por los compañeros caídos bajo el fuego o las bombas de los talibanes cunden entre los marines norteamericanos en Helmand, una de las provincias más peligrosas de Afganistán, donde los oficiales tienen dificultades para contener a sus tropas. "Mis hombres quieren vengarse, y es normal", explica el teniente Aaron MacLean, subcomandante del primer batallón de marines.

En esta base del distrito meridional de Marjah, donde unos 10.000 marines norteamericanos se podrían estar preparando para una ofensiva, los soldados acaban de perder a dos compañeros en una emboscada.

Sus superiores no lo tienen fácil entre la frustración de sus hombres y la necesidad de "ganarse" a una población que sigue desconfiando de ellos.

"No paro de repetirles que el reglamento es el reglamento. Que si empezamos a hacer cualquier cosa, a disparar contra todo lo que se mueva, perderemos la guerra a largo plazo porque perderemos el apoyo de la población", añade el teniente MacLean.

Hace unos días, cuando iba al mando de una patrulla rutinaria cerca de Marjah, su unidad fue blanco del fuego de los talibanes.

Un cabo pereció después de pisar un artefacto explosivo conectado a un sistema de activación a distancia. Otro explosivo mató al sargento que acudía a ayudar al cabo. Otros tres soldados resultaron heridos en los combates.

Las tropas extranjeras sufren grandes pérdidas causadas precisamente por estas bombas artesanales disimuladas, responsables del 60% de muertes en 2009.

"Nos pillaron a traición. Los disparos nos venían por todos los lados, pero nuestras reglas para hacer fuego me impedían hacer mi trabajo", comenta encolerizado el cabo Mark Duzick, que iba en el grupo de marines que cayó en la emboscada.

Enero ha sido el mes más mortífero para las tropas extranjeras desde el principio del conflicto, que va por su noveno año.

Unos 44 militares extranjeros han perecido, según un recuento de la AFP elaborado a partir de la página de internet especializada casualties.org, frente a los 25 de enero del año pasado. De ellos, 29 son norteamericanos (15 fallecidos en 2009).

Unos 113.000 militares extranjeros se encuentran desplegados en Afganistán en el marco de la lucha contra los talibanes y otros 40.000 más deben llegar este año al país. La mayoría serán desplegados en Helmand y en la vecina provincia de Kandahar, bastión de los insurgentes apartados del poder en 2001.

"Ante un refuerzo de tropas extranjeras y de las fuerzas afganas tonificadas (...), el enemigo va a utilizar todas sus capacidades para mostrar que este despliegue aumenta la inestabilidad", declaró el portavoz del Ministerio de Defensa afgano, Zahir Azimi. "Los combates más feroces tendrán lugar en primavera y este año será el más mortífero", vaticina.

Y es que el control de los talibanes se hace sentir en todos los rincones de este país. Cuando el cadáver acribillado a balazos de Anwarai fue encontrado cerca de Muqur, en el sur de Afganistán, "los habitantes estaban contentos", sostiene Fazal Haq. Anwarai había sido condenado por un "juez" que dependía del "gobierno fantasma" de los talibanes.

"Anwarai tenía 35 años y aguardaba en la carretera, donde robaba a las personas que regresaban de la ciudad con sus compras", señaló Fazal Haq, un habitante de Muqur de 22 años, interrogado por teléfono. Pero hace cuatro meses, Anwarai robó la moto de un talibán. Más tarde fue encontrado, asesinado de dos balazos en el pecho y uno en la cabeza, junto a una carretera.

"Antes, los talibanes hacían justicia lejos de la ciudad y se ocultaban. Ahora están a menos de 3 kilómetros de Muqur y los habitantes vienen a verlos para que resuelvan sus problemas", explica Fazal. La historia de este ladrón insignificante ilustra un problema que no es nuevo, pero que está cobrando magnitud mientras la insurrección gana terreno.

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