Cultura

Brillante selección, notable interpretación

De todas las conmemoraciones musicales que sobre autores musicales se prodigan este año, parece que el caso español sigue quedando atrás, o incluso en un segundo plano. Lo cierto es que flaco favor nos hacemos si no trabajamos en este sentido. Reaccionemos.

Afortunadamente, y aunque ha sido más una pincelada que una colección completa de galería pictórica, se agradece el detalle de programar una pieza de Albéniz, máxime en la conmemoración del centenario su muerte. Igualmente, el traer a José de Eusebio fue la mejor de las opciones ante el Preludio del acto primero de la ópera Merlín. Todo un monumento del genial compositor y que la batuta invitada estudió, analizó, copió e interiorizó a la perfección. Fruto de aquel trabajo, del que nacieron excelentes aportaciones discográficas, se presentó ante la escena malacitana con clara solvencia.

Por todo ello, tras este excelso aperitivo, la segunda pieza confirió una primera parte de amplias cotas de excelencia. Nos referimos a Harold en Italia, op. 16 de Berlioz. Una partitura magnética y seductora que, lejos de encandilar en su día a Paganini, siempre cautiva al espectador por su amplio dominio de la orquesta. Para esta versión, se presentó a Rafael Altino en clara solvencia técnica demostrada desde el primer tiempo. Su naturalidad en el despliegue del arco junto a un equilibrado vibrato sobresalió sobre su ligera descoordinación rítmica con la cuerda de violonchelos, y un muy leve titubeo de los violines, en la mediación y finalización de la pieza, respectivamente. Frente a un tercero y un cuarto resuelto de forma correcta, el momento más destacado llegó con el segundo o Marcha de peregrinos cantando la oración de la tarde. Todo un deleite para la degustación musical , cuando se conjuga una rotunda y exigente batuta, en combinación con un notable acompañamiento secundado por los maestros de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM). Igualmente, el destacado pasaje de bariolage realizado por Altino dejó entrever una absoluta precisión rítmica que perdonó el poco ortodoxo armónico final.

La segunda parte, relevante igualmente por programar una verdadera joya musical, se ejecutó de forma compacta y segura. Y es que el Concierto para orquesta de Lutoslawski encierra varios tesoros ocultos, aunque algunos no acaben de acercarse a su personal lenguaje contemporáneo. Entre un primero y un tercero presentados sin problema alguno, el segundo consiguió una sonoridad redonda y un tempo riguroso, especialmente en la cuerda. Si bien la percusión arremetió con excesiva fortaleza en un primer momento, De Eusebio corrigió su sonoridad sobre la marcha e llevó esta partitura a buen puerto, con amplias ovaciones del público.

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