Historias del fandango

Cuando el fandango entró en la Corte y en el circo

5. Cuarteto de cuerda de Haydn, autor anónimo, 1790.

5. Cuarteto de cuerda de Haydn, autor anónimo, 1790.

La jerarquía de la Iglesia Católica siempre fue beligerante contra este tipo de bailes, que consideraba pecaminosos y contrarios a la moral, pero durante un siglo largo eso no fue óbice para que el fandango se siguiera bailando e, incluso, para que la nobleza disfrutara de su ejercicio. En una fiesta celebrada en la plaza del Real Palacio, con asistencia de la Serenísima Princesa de Asturias doña María Luisa de Borbón, esposa del rey Carlos IV y próxima a alumbrar al que sería futuro rey Fernando VII, hubo una exhibición de bailes de varios países en la que por España se danzaron seguidillas, fandango, gaita gallega y otros de diversas provincias [1].

[1] Memorial Literario Instructivo, julio 1784. [1] Memorial Literario Instructivo, julio 1784.

[1] Memorial Literario Instructivo, julio 1784.

Unos años antes, el humanista ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos [2] describía en su relato El curioso parlante la situación vivida en una casa a la que fueron invitados a un baile de candil. No les fue fácil el acceso, pero, una vez dentro, participaron del tono general de la fiesta y del baile de boleras y fandango. Medio siglo después, recordaba ese escrito la Revista Española [3].

3. La Revista Española, 25 enero 1833. 3. La Revista Española, 25 enero 1833.

3. La Revista Española, 25 enero 1833.

… hasta que el baile se fue acabando y una patrulla policial hizo cerrar el almacén del vino que suministraba a los participantes, cuando se armó una zaragata de las frecuentes al terminar los bailes de candil [4].

4. La Revista Española, 25 enero 1833. 4. La Revista Española, 25 enero 1833.

4. La Revista Española, 25 enero 1833.

Compitiendo con la música italiana

Eran tiempos en los que la poderosa música italiana había penetrado en España de manera ostensible: los Borbones la impusieron en la corte. La nacional, la de nuestros músicos trataba de contestar al italianismo oponiendo la autóctona, cuyo exponente más singular y atractivo era la andaluza, que nutriría a todo el españolismo del siglo siguiente. Pero se jugaba en desventaja, porque la música española de la segunda mitad del siglo XVIII era bastante pobre [5]. Los expertos se preguntaban retóricamente qué podríamos oponer a la música italiana: “¿Cuál es la música de los españoles?, ¿dónde está nuestra música?, ¿quién la ha oído hasta ahora y cómo hemos de cantarla, si no tenemos más que fandango y seguidillas boleras?” (Diario de Madrid, 28 marzo 1789).

2. Gaspar Melchor de Jovellanos, óleo de Francisco de Goya, 1798. 2. Gaspar Melchor de Jovellanos, óleo de Francisco de Goya, 1798.

2. Gaspar Melchor de Jovellanos, óleo de Francisco de Goya, 1798.

En las programaciones de los teatros se veía claramente la coexistencia de la música italiana con sus ofertas de ópera, frente a nuestras comedias, sainetes, tonadillas y fandango de candil. Como ejemplo, esta de Madrid [6].

6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789. 6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789.

6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789.

6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789. 6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789.

6. Diario de Madrid, 21 noviembre 1789.

El fandango, espectáculo de circo

Antes de acabar el siglo XVIII, el fandango encontró en el circo su mejor acomodo como espectáculo [7]. Volatines, acrobacias, piruetas, alambristas, payasos, habilidades en la maroma sin dejar de bailarlo… El más difícil todavía: en la plaza de toros de Madrid se montó una función gimnástica, invitando al rey Carlos IV por su onomástica a bailar el fandango, y uno de los ejercicios previstos era [8].

8. Diario de Madrid, 4 noviembre 1797. 8. Diario de Madrid, 4 noviembre 1797.

8. Diario de Madrid, 4 noviembre 1797.

Esta asociación del baile del fandango formando parte de los espectáculos circenses se prolongaría durante medio siglo. Y cuando se bailaba en los teatros, ocupaba el lugar del fin de fiesta: representación de una obra, ópera, voladeras, pantomimas, tonadilla nacional… y el baile del fandango, abonado como cierre de los espectáculos teatrales [9].

9. Diario de Madrid, 29 noviembre 1801. 9. Diario de Madrid, 29 noviembre 1801.

9. Diario de Madrid, 29 noviembre 1801.

Tiempos de catarsis

En la prensa de comienzos del siglo XIX fueron frecuentes las críticas, acusadoras y aceradas, de los antiflamenquistas, que culpaban al flamenco y a los toros de todos los males del país. La liquidación de las colonias americanas y del imperio que España había sido durante los últimos siglos generó un sentimiento colectivo de frustración que lo revisó todo, desde la política hasta las costumbres. ¿Somos cultos como los europeos o somos vulgares y lascivos como el baile del fandango?, se preguntaban los articulistas. En su defensa y la del bolero y las coplas se esgrimía su longevidad, atribuyéndolas al tiempo de los romanos: “Si las odia porque las cree de extranjería o de invención moderna, sepan que son de la mayor antigüedad y que estuvieron en uso entre dos naciones las más acreditadas; que entre los romanos se llamaban saltationes, y que en ellas se hicieron célebres en tiempos de Augusto, Pílades y Batilo, Fla y Caramalo”.

Había sus polémicas entre defensores y detractores de los bailes nacionales versus bailes extranjeros. El diario Mercurio le dedicó espacio al reto [10].

10. Minerva, 3 noviembre 1807. 10. Minerva, 3 noviembre 1807.

10. Minerva, 3 noviembre 1807.

Los niños bailando fandangos… Que surge la pregunta: si el baile del fandango era catalogado de inmoral, ¿cómo es que se permitía que niños lo bailaran en funciones públicas? Pues se le daba tratamiento de “señora” a la niña y asunto resuelto [11] [12].

11. Diario de Madrid, 18 enero 1809. 11. Diario de Madrid, 18 enero 1809.

11. Diario de Madrid, 18 enero 1809.

12. Diario Mercantil de Cádiz, 21 diciembre 1809. 12. Diario Mercantil de Cádiz, 21 diciembre 1809.

12. Diario Mercantil de Cádiz, 21 diciembre 1809.

(Continuará)

7. El circo, de Georges Pierre Seurat, 1891. Cuadro del Museo de Orsay, París. 7. El circo, de Georges Pierre Seurat, 1891. Cuadro del Museo de Orsay, París.

7. El circo, de Georges Pierre Seurat, 1891. Cuadro del Museo de Orsay, París.

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