Cultura

Iribarren devuelto al placer del oído

  • La OFM interpretó en la Catedral una selección de obras del que fuera maestro de capilla del templo

Actuación de la Orquesta Filarmónica, con Eugenia Boix y Federico del Sordo, ayer, en la Catedral.

Actuación de la Orquesta Filarmónica, con Eugenia Boix y Federico del Sordo, ayer, en la Catedral. / manuel donoso

Recordaba ayer Manuel Gámez el relato del libro de Ezequiel en el que Dios pide al profeta que exhale su aliento sobre un campo repleto de huesos secos; al punto, la carne y el nervio empiezan a brotar entre la podredumbre y lo que una vez fueron cadáveres dispersos se yerguen como hombres nuevos. Comparaba el sacerdote y compositor esta narración con el proyecto que comenzó de su mano en los años 70, a raíz de su ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Telmo, para devolver a la vida la obra musical de quien fuera maestro de capilla de la Catedral entre 1733 y 1766 (un año antes de su muerte), el navarro Juan Francés de Iribarren, nacido en Sangüesa en 1699. Conservada su obra en los archivos de la Catedral (donde también yacen los restos del músico), la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) ha obrado el milagro de rescatarla, primero en una grabación y ayer, también, en un concierto en el que un grupo de sus músicos interpretó una selección de piezas de este legado, bajo la dirección del maestro del Conservatorio de Santa Cecilia de Roma Federico del Sordo y con la actuación de la soprano Eugenia Boix. El aforo del templo, como era de esperar, se quedó pequeño para el redescubrimiento de un patrimonio sonoro único y admirable.

Con la debida formación camerística barroca, y con la siempre eficaz disposición de la concertino Andrea Sestakova, los maestros de la OFM sacaron punta a la templanza y galante belleza, propia del barroco tardío, que acuñó Iribarren en sus partituras (argumentos de peso, por cierto, para rebatir a quienes defienden aún que el barroco español del XVIII fue un erial). Especialmente hermosa resultó la Lamentación segunda del Viernes Santo, con su arquitectura de ostinatos rítmicos, así como la cadencia de Con qué dulzura el alma, trenzadas por la precisa intuición de un Del Sordo fértil también al clave. Pero cabe destacar la labor fenomenal de Eugenia Boix, generosa a la hora de darle al barroco lo que pide, prodigiosa en la afinación y sabia en los matices: suya fue la victoria celeste en un océano de contrapuntos. Iribarren aplaudía complacido en la que sigue siendo su Catedral.

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