arquitectura

Viaje utópico en la máquina del espacio

  • Moreno Peralta revisa la génesis del Centro Pompidou tras el Mayo del 68

Salvador Moreno Peralta, ayer, durante su conferencia en la Sociedad Económica de Amigos del País.

Salvador Moreno Peralta, ayer, durante su conferencia en la Sociedad Económica de Amigos del País. / m. g,

Sí, Málaga también es esa ciudad en la que una conferencia anunciada con el lema Arquitectura y Mayo francés. Génesis y consecuencias del Centro Pompidou (Beaubourg) deja pequeño el salón de actos de la Sociedad Económica de Amigos del País. Justo esto sucedió ayer, con un aforo del que formaban parte desde el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, hasta el portavoz municipal del PSOE, Daniel Pérez, pasando por el escritor Antonio Soler, el compositor Rafael Díaz y otros muchos soldados en activo de la Málaga cultural. Del éxito de la convocatoria tuvo gran parte de culpa, eso sí, el ponente, el arquitecto y urbanista Salvador Moreno Peralta, quien, si por lo general promete en sus intervenciones grandes dosis de erudición, transversalidad y humanismo, ayer las derrochó a raudales. Moreno Peralta aceptó la invitación de la Económica para participar en el ciclo de conferencias organizado con motivo del 50 aniversario del Mayo del 68 con una ponencia sobre el Centro Pompidou como heredero directo de las tesis situacionistas que trascendió, con mucho, el ámbito de la arquitectura. Aunque fue aquí donde, claro, su discurso voló más alto.

Comenzó Salvador Moreno Peralta su intervención con una exhortación a aprovechar el aniversario para revisar "de manera crítica" el legado del Mayo del 68, si bien de inmediato situó las raíces del estallido estudiantil parisino "en la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial", una dinámica sustentada "en la tradición intelectual que representaban Camus, Sartre, Beauvoir y el mismo Guy Debord" y que tuvo un impacto directo "en la literatura y en el arte, si bien la eclosión del pop no logró aún sacar las artes plásticas de sus reservas higiénicas consignadas en los museos, con lo que, en todo caso, hubo que seguir hablando de un arte de minorías". A modo de lugar común, sin embargo, se considera que la arquitectura quedó exenta de esta contaminación ideológica por cuanto "en los años sesenta seguía vigente el funcionalismo de comienzos del siglo XX, en la modalidad del estilo internacional como marchamo de modernidad impostada que tanto satirizó Jacques Tati en sus películas". Precisamente, Moreno Peralta dedicó su charla a negar la mayor y dejar claro que "hacía ya tiempo que algunos arquitectos venían reflexionando a otro nivel, en virtud de un aprovechamiento de las tecnologías que empezaban a crecer entonces para influir en las pautas de convivencia como expresión gráfica de las utopías modernas". El mismo Le Corbusier había encarnado ya el modelo de arquitecto "heredero del movimiento moderno que sin embargo defiende un sentido distinto de la funcionalidad: la función no condiciona la forma, tal y como revelan las megaestructuras en las que toda función es posible, incluso la de la disolución y desaparición de la forma". Este mismo "concepto dinámico de edificios que puedan servir para todo" cristaliza en los metabolistas japoneses, en Stanley Tigerman, en el Habitat de Montreal diseñado por Moshe Safdie, en el Equipo Archigram y en las estructuras itinerantes de Peter Cook "que tanto influyeron en el cómic y en la ciencia-ficción". Tales creadores representan una corriente que conduce directamente al que Moreno Peralta considera predecesor por derecho del Centro Pompidou de París, el diseño del Fun Palace que el arquitecto Cedric Price proyectó para Londres entre 1971 y 1972 y que no llegó a construirse; un no edificio "que constituye la primera utopía de un centro cultural a la manera de un centro de juegos". Así, cuando el proyecto de los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers se impuso a los más de seiscientos aspirantes para el Pompidou, también conocido como Centro Beaubourg, inaugurado el 31 de enero de 1977, las tentativas sedimentadas eran ya muchas y elocuentes.

Aspiraba el presidente Georges Pompidou a dotar a París de un "instrumento transformador que recogiera el espíritu contracultural del Mayo del 68" y Piano y Rogers ofrecieron todo lo contrario a un monumento: "No se rendiría culto más que a la cultura, pero ¿qué era la cultura?" La decisión de los arquitectos de dejar libre la mitad de la parcela para una gran plaza delataba que tras el Mayo del 68 la cultura ya sólo podía darse en síntesis con la calle. En cuanto a lo construido, la fachada recreaba una fábrica, "que es el único tipo de construcción que no admite autocomplacencia alguna"; y en el interior, más allá del centro de arte, la biblioteca, el centro de composición musical que dirigió Pierre Boulez y el centro de diseño, la madre del cordero era una máquina de "construir espacio" que el crítico Jean Baudrillard vio como una máquina de "construir masa, flujo, espectáculo y mercado". Después del Pompidou, a las ciudades europeas sólo les valía convertirse en empresas y competir entre ellas. Seguro que a los malagueños esto les suena de algo.

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