Cine La controversia siempre rodeó la obra del director de filmes como 'Lolita'

Diez años sin Kubrick

  • El director de obras maestras como 'Atraco perfecto', '2001, odisea en el espacio' y 'La naranja mecánica' murió en 1999 mientras trabajaba en su última película

Se cumplen 10 años de la muerte de uno de los grandes maestros del cine, Stanley Kubrick. Para la historia ha dejado títulos tan memorables como Lolita, Espartaco o 2001, odisea en el espacio, películas marcadas por un fuerte contenido intelectual y estético, proveniente de la compulsiva obsesión por el perfeccionismo de su autor.

Kubrick nació el 26 de julio de 1928 en el conflictivo barrio neoyorquino del Bronx, rodeado de las comodidades de una clase media acomodada, estatus social al que pertenecía su familia. Desde sus primeros años de vida se interesó por el arte de la fotografía, una afición que desarrolló hasta transformarla en profesión cuando comenzó a trabajar en la revista Look donde conoció a un sinfín de famosos de la época.

Otra de sus pasiones, la música, le influyó durante gran parte de su adolescencia -de hecho, tocaba la batería en un grupo llamado Taft Swing Band- y el resto de su carrera como cineasta, pues su megalomanía le permitió implicarse en primera persona en cada una de las composiciones musicales que formaron parte de toda su trayectoria en el séptimo arte.

El salto de la imagen fija al cine lo vino motivado por su devoción hacia dos cineastas históricos, el ruso Einsestein (El acorazado Potemkin) y el alemán Max Ophuls (Carta de una desconocida). Dos referencias constantes en su aprendizaje técnico. Al primero le debe su magistral manejo de la cámara y al segundo, su refinado gusto por el montaje.

Su debut llega en el año 1951 con un documental titulado Days of the fight, una aproximación de trece minutos a la figura del boxeador Walter Cartier. El proyecto, que tuvo que ser autofinanciado, le sirvió de escaparate para darse a conocer a las productoras pero hasta dos años después no llega su primer largometraje, Fear and Desire, y en esta ocasión tuvo que ser financiado con 13.000 dólares obtenidos de préstamos familiares.

El éxito de la película fue comedido, pero el trabajo le dio el dinero suficiente para acometer el rodaje de su primera película de calidad, una mezcla de amor y suspense titulada El beso del asesino. En ella está ya el germen de su futura filmografía, el primer paso en un camino que ya apuntaba grandes cosas y dejaba entrever, las características estéticas y las inquietudes intelectuales que preocupaban al neoyorquino, y que además le valió para constituir un matrimonio profesional con el productor de la NBC James B. Harris, que le acompañaría hasta principios de los 60.

Entre los años 1956 y 1960, Kubrick asume su primera etapa en el rol de director y rueda dos películas, una muy personal y otra de carácter más comercial. La primera es Atraco perfecto, su primer gran filme basado en una novela de Lionel White y protagonizada por Sterling Hayden. Con Senderos de gloria, su tercera obra, se consagra en el centro del universo de Hollywood. Su retrato de la Primera Guerra Mundial ubicado en las trincheras del ejército francés supuso la primera polémica para el autor, denominador común en toda su carrera, considerado de culto por muchos, y criticado también por muchos otros. Fue durante el rodaje de este emocionante alegato antibelicista cuando el director conoce a Christianne Harlan, a la postre su tercera y última esposa.

La década de los 60 da paso a su segunda etapa de creador. Espartaco es la primera cinta que rueda en estos tiempos y vuelve a contar en el reparto con Kirk Douglas, el oscarizado actor con el que había trabajado en Senderos de gloria. El proyecto era inicialmente para Anthony Mann, pero el alemán renunció a dirigir la película y Kubrick aprovechó la coyuntura para hacerse cargo de su primer trabajo de gran presupuesto. Fue la primera y última vez que le vetaron la participación en el guión. La película ganó tres Oscars y tuvo un enorme éxito comercial.

Una de las grandes joyas de la literatura universal, escrita por el ruso Vladimir Nabokov, es la siguiente parada en el camino de Stanley Kubrick. Se trataba de Lolita y desarrollaba una historia de amor entre un hombre de mediana edad y una adolescente de apenas 15 años. En el reparto destacaba la figura de Peter Sellers, el cómico más reputado de la industria en aquel momento, al cual se achacó el éxito de la producción. De esta colaboración, nacería dos años más tarde el título más humorístico de su carrera, una película titulada Dr. Strangelove or how i learned to stop worrying and love the bomb (en España traducida como Teléfono rojo, volamos hacia Moscú); en la que Sellers acapara un reparto que le lleva a meterse en la piel de tres personajes distintos.

En 1968 Kubrick alcanza el que para la mayoría de la crítica es el mayor logro de su carrera: 2001, odisea en el espacio, una elipsis temporal que recorre el mundo desde sus inicios hasta el futuro. Desde el homínido hasta la máquina. Basándose en un relato del escritor de ciencia-ficción Arthur C. Clarke (coguionista de la película) llamado The Sentinel, el autor consiguió con esta obra un referente cinematográfico, rozando la excelencia en el apartado técnico (muy celebrados fueron sus efectos especiales, que aún resultan sorprendentes para la época en la que se rodó), y aportando a la cinta sus ámplios conocimientos musicales que le llevaron a servirse de grandes clásicos para armar la banda sonora.

Después llegarían los títulos más conocidos de su filmografía, entre los cuales destacan la adaptación de la novela de Stephen King El resplandor; Barry Lyndon, la historia de un joven irlandés enrolado en la Guerra de los Siete Años; su segunda cinta bélica, una aproximación a la Guerra de Vietnam, La chaqueta metálica; y, por supuesto, La naranja mecánica, calificada en ocasiones como una de las películas más importantes del cine.

Kubrick ha pasado a la historia del cine por muchas cosas. Se convirtió en vida en un icono, ha dejado un cúmulo de símbolos excepcional, ha innovado en la técnica gracias, entre otras cosas, a la utilización de objetivos angulares para la creación de planos que habitualmente no los precisaban, y un largo etcétera. Pero la versión cinematográfica de La naranja mecánica, el libro de Anthony Burgess, también será recordada porque en su tiempo no fue entendida o aceptada por la mayoría. Casi cuatro décadas después de su estreno, ya nadie se lleva las manos a la cabeza cuando ve esta vanguardista producción.

El genio pasó sus últimos días de vida rodeado de bobinas de película, las de su obra póstuma, Eyes wide shut. Pocos días después de acabar de montar este polémico filme -uno más en su carrera-, a los 70 años, el fotógrafo, cuya película preferida era la emblemática Cabeza borradora de David Lynch, moría en Hertfordshire, al sudeste de Inglaterra, de un ataque al corazón.

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