Cultura

Las costuras del realismo

Teatro Cervantes. Fecha: 8 de junio. Programa: 'Dos apuntes vascos' (1935), de P. Sorozábal; 'Adiós a la bohemia' (1933), ópera chica de P. Sorozábal con libreto de P. Baroja. Reparto: María Rey-Joly, Javier Galán, Iñaki Fresán, Ricardo Pérez, José Luis Serrano, Pedro Olivera y Mari Paz Redoli, entre otros. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Málaga y Coro de Ópera de Málaga. Director de escena: Mario Gas. Director musical: Roberto Forés. Director del coro: Francisco Heredia. Aforo: Unas 400 personas (algo menos de media entrada).

Hasta en tres ocasiones canta el Vagabundo en Adiós a la bohemia de Sorozábal: "¡Realismo, realismo! Cosa amarga y triste. Más vale vivir el sueño". Tanto la partitura del maestro como el libreto de Pío Baroja indagan en este conflicto y el modo en que el mismo afecta tanto al arte como a la vida: la ilusión por el éxito y la constatación del fracaso se traducen no sólo en personajes desarraigados, también en una estética hecha, por tanto, de contrastes. El Vagabundo, o profeta, precede de manera significativamente nietzscheana al tono sombrío del argumento, que nace de la profunda decepción tras comprobar que tampoco la presunta superación del nihilismo a cargo de Nietzsche conduce a parte alguna; tanto en el diálogo entre el artista derrotado y su amada, prostituta consciente de su destino tras desechar toda esperanza, como en otros pasajes protagonizados por coros y secundarios, cierto brillo prometedor de renovadas oportunidades aparece para luego concluir en un encogimiento de hombros. De igual modo, la composición musical se mantiene en una sobriedad formal en la que a veces la armonía parece querer abrirse a otras texturas, insinuada, nunca rematada pero eficazmente expresiva. Adiós a la bohemia no es zarzuela ni ópera, es una ópera chica, como la bautizó Baroja, creada para demostrar que el discurso catastrofista de aquella generación también podía ser musical. Por eso, en gran medida, se trata de una experiencia única. Y aquí reside el reto de su interpretación.

El montaje que cierra la temporada lírica del Teatro Cervantes, con producción escénica del Teatro Español, descansa, con mucho, en la dirección teatral de Mario Gas, dirigida a potenciar ese contraste de contrastes; es decir, el modo en que una tonalidad sombría general alberga en su seno apuntes de otras posibles puestas en escena, como un deus ex machina que no llega a manifestarse pero cuya presencia se intuye siempre. La clave fundamental es la iluminación, proverbial, imaginativa y ferozmente evocadora en su composición impresionista, sublime en su recreación pictórica de la época. Gas se permite algunas licencias brechtianas como la muy conmovedora escena de las prostitutas, resuelta con tanta sencillez como distinción. Y otros apuntes como el debate artístico a cuenta del coro, en un divertido juego de réplicas, revelan su capacidad para crear imágenes capaces de permanecer en la retina. Lo mejor es el modo es que este montaje, estrenado en Madrid hace seis años, conserva buena parte de su frescura. Y aunque en otros trabajos más recientes como Follies demuestra que también es igual de hábil al abrir todos los frentes posibles, Gas brinda una lección sobre cómo generar sensación de movimiento en una distribución estática, resuelta en torno a un poderoso eje de gravedad, la mesa en la que se produce el encuentro de los protagonistas, que corre el riesgo de terminar anulando todo lo demás.

El trabajo de María Rey-Joly es admirable, tanto en afinación y técnica como en resolución dramática. Suyos son los pasajes más delicados en cuanto al tránsito del canto al habla, y los resuelve siempre con creatividad y oficio, lo que el oído agradece como algo nuevo. Javier Galán sostiene el mayor peso de la tragedia en un papel más convencional pero sin embargo más expuesto, especialmente en la comunión con la orquesta, con la que siempre sabe llegar a terrenos amables. Iñaki Fresán asume sin embargo el registro barítono más difícil y sale airoso en los graves, todo un mérito en esta partitura. Esta Adiós a la bohemia, perjudicada ayer en Málaga por el fútbol, constituye así un placer sereno con su poso de amargura. Algo como lo que pretendía, claro, el realismo.

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