De libros

La hueste de hipócrates

  • Ameno, bien concebido e impecablemente escrito, el ensayo de Juan Frau indaga el rastro que han dejado los médicos y sus prácticas en el arte y la literatura desde la Edad Moderna

Entre sus varios intereses, el filólogo Juan Frau, también poeta y buen conocedor de la obra de León Felipe, ha venido trabajando desde hace años en las relaciones entre la medicina y la literatura con contribuciones específicas -sobre la enfermedad en la ficción, la dolencia como símbolo o la metáfora del parto, en la lírica de los Siglos de Oro o en la poesía contemporánea- que han cristalizado en una monografía verdaderamente ejemplar tanto en lo que se refiere al propósito, que podríamos llamar divulgativo, como en lo relativo a la expresión, un aspecto no menor cuando se trata de libros escritos por profesores universitarios. Desde la perspectiva de la historia de las ideas, La imagen del médico traza un recorrido esclarecedor de la lenta evolución desde una concepción casi mágica de los sanadores, oficio asociado a los hechiceros o los chamanes, hasta la progresiva racionalización de la práctica -casi exclusivamente masculina, salvo en el caso de las comadronas- que fue ejercida durante siglos por una pintoresca galería de profesionales -barberos, sacamuelas, sangradores, alquimistas o charlatanes- en la que coincidían hombres más o menos sabios, pero limitados por los conocimientos de la época, con aprovechados o impostores -los curanderos que no han desaparecido, favorecidos por el auge de las medicinas alternativas- de la más variada calaña.

El itinerario propuesto por Frau se inicia propiamente en la Edad Moderna, pero tanto en los preliminares como en los capítulos posteriores no faltan las referencias a la Antigüedad o el Medievo, siempre dentro de la tradición occidental a la que ciñe su mirada. Muchas de las representaciones inciden en una visión satírica o burlesca, sobre todo en los primeros tiempos cuando los matasanos, detestados además por administrar prohibiciones, no formaban un gremio propiamente dicho. La "hueste de Hipócrates" o "ministros del infierno", los llamaría Quevedo, y abundan tanto en la literatura culta como en la popular las caricaturas que presentan a los médicos como los mejores aliados de la Parca. Es por ello interesante el cambio en la consideración que los llevó de ser vilipendiados, objeto constante de mofa o desconfianza, a encarnar, ya desde la Ilustración y durante la edad romántica pero sobre todo con el triunfo del positivismo, el papel de esforzados héroes del progreso -así en la novela realista o especialmente en la naturalista, acogida a los postulados de Zola- que se servían de la ciencia para luchar contra los prejuicios, la superstición y la ignorancia, ejemplificados en la tenaz resistencia a las campañas de vacunación u otros sonados enfrentamientos provocados por el recelo de las instituciones conservadoras ante los avances que cuestionaban su ideario.

Con el triunfo del positivismo, los médicos encarnaron el papel de héroes del progreso

Más que las obras escultóricas o el arte institucional, de obligada monumentalidad y no tan reveladores, es la pintura, por su parte, la que ofrece un panorama más rico y cargado de connotaciones. Frau enumera temas recurrentes como la famosa extracción de la llamada piedra de la locura, la lección de anatomía -practicada en el teatro donde tienen lugar las autopsias clínicas- o la práctica quirúrgica en la mesa de operaciones, la atención a los heridos en combate, la visita del doctor -figura, nos dice, en cierto sentido parangonable a la del cura, en tanto que ambos tienen acceso a la intimidad de los hogares de los pacientes o feligreses- o la asistencia en el trance postrero de la agonía, sin olvidar los retratos individuales o colegiados de los propios médicos. Estos últimos, si no siempre valiosos en términos estéticos, aportan información relevante sobre la iconografía vinculada a los portadores del anillo en el pulgar o el bastón con la serpiente de Esculapio, a veces tan elegantes que parecen petimetres -un reproche clásico en el repertorio de los tópicos negativos, como lo fueron la codicia, la ineficacia o la pedantería- y otras recreados como ancianos venerables.

Las enfermedades secretas -"feas o encubiertas o vergonçosas", como las calificó don Juan Manuel-, las implicaciones sociales de la medicina, la estirpe bienhechora de los médicos rurales -lo fueron Chéjov, Felipe Trigo, Baroja o Bulgákov- o el tratamiento de los desarreglos mentales, entre ellos la insania amoris -ay los suspiros de las muchachas cloróticas- a la que dedica páginas muy hermosas, son otros tantos de los asuntos recogidos por el autor en su impecable aproximación a la materia. La mezcla de amable erudición y claridad expositiva, así como una escritura limpia y precisa, muy alejada de los clichés o la verbosidad que convierten en ilegible una parte no pequeña de la producción académica, cifran en lo formal el valor de un ensayo ameno, instructivo e incitador, que trasciende el análisis de las obras para ofrecer, sobre todo en la esmerada descripción de las escenas, vívidos cuadros de época.

LA IMAGEN DEL MÉDICO EN EL ARTE Y LA LITERATURA

Juan Frau.Casimiro Libros. Madrid, 2016. 176 páginas. 16 euros

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