Cultura

Si oís disparos, venid corriendo

Dios mediante, Elmore Leonard celebrará el próximo año seis décadas al pie del cañón. El escritor -conocido como El Dickens de Detroit y admirado por colegas de profesión de la altura de Saul Bellow o Martin Amis- publicó su primera novela en 1953, The Bounty Hunters. Su relación con el cine es casi tan antigua. En 1957, los cineastas Delmer Daves y Bud Boetticher convirtieron sendos relatos suyos en dos filmes extraordinarios: El tren de las 3:10 (Daves) y Los cautivos (Boetticher). En principio, Leonard se especializó en el género norteamericano por antonomasia, el western; otras novelas del oeste suyas convertidas en película fueron Hombre (1961) y ¡Que viene Valdez! (1970), adaptadas respectivamente en 1967 y 1971. Más tarde se adentró y afianzó en el terreno en donde habría de cosechar los mayores aplausos, la novela negra, y aunque personalmente yo no comparta el entusiasmo de sus incondicionales, he de reconocerle su peso en la escena USA.

Lo dilatado de su trayectoria ha favorecido que Elmore Leonard sea redescubierto periódicamente merced a alguna sonada adaptación. La vastedad de su producción narrativa -hablamos de un autor con medio centenar de novelas en su haber- ha permitido asimismo acercamientos fílmicos de signo diverso. Los cineastas que han llevado sus historias a la pantalla no pueden ser más dispares. Si nos atenemos a los nombres y títulos más populares, citaríamos forzosamente a Richard Fleischer (Mr. Majestyk, 1974), John Frankenheimer (52 vive o muere, 1986), Abel Ferrara (El cazador de gatos, 1989), Paul Schrader (Touch, 1997), Quentin Tarantino (Jackie Brown, 1997) o Steven Soderbergh (Un romance muy peligroso, 1998)... En los últimos años, Leonard ha creado el personaje del agente judicial Raylan Givens, cuyo rasgo distintivo más señalado es su sombrero de cowboy, protagonista asimismo de una serie de televisión, Justified, que empezó su andadura en 2010. En Raylan (Alianza), el susodicho agente vuelve a hacer de las suyas, que no es otra cosa que imponer la ley de una manera expeditiva, soltando algún que otro soplamocos o liándose a tiros con quien haga falta.

En las primeras páginas de la novela, la policía acude a un motel para arrestar a un traficante de marihuana. Antes de entrar en acción, por si las moscas, Raylan advierte a sus compañeros: "Si oís disparos, venid corriendo". Por una vez, no será necesario. Los agentes encuentran al traficante dentro de una bañera llena de cubitos de hielo, inconsciente. Los presuntos clientes, además de robarle el alijo, le han extirpado los riñones. En el hospital, el incauto recibe una oferta inesperada: si quiere recuperar sus glándulas secretorias debe acoquinar cien mil de los grandes. Una jugada maestra y sorprendente: ¿Qué mejor negocio que hallar el donante y el cliente en la misma persona? Esta intriga se solapa a otras: Raylan meterá sus narices en el conflicto entre mineros y una compañía que no se anda con chiquitas a la hora de llevar adelante sus planes expansivos; tendrá que hallar a una joven universitaria a quien le gusta colarse en timbas de póquer clandestinas; y se enfrentará a un tipejo al que envió a la cárcel en el pasado, que ejecuta atracos de poca monta con el apoyo de tres chicas de buen ver. Las tramas se traban con habilidad, si bien alguna está resuelta a la ligera.

Raylan introduce al lector en un mundo narrativo reconocible -y previsible, seamos honestos-, un mundo violento, despiadado, de un cinismo galopante. El estilo, como la sociedad retratada, es descarnado; la ironía -una estrategia mental para intentar mantenerte a flote en medio del desastre- ayuda a darle músculo al relato. Leonard se sirve de acciones sucintamente acotadas en el tiempo y el espacio -las descripciones son mínimas- y de abundantes diálogos, mediante los cuales indaga en el carácter de sus personajes (tal como defienden sus adeptos, el escritor tiene efectivamente buen oído y buena mano para transcribir la lengua coloquial). Raylan sería un buen ejemplo de libro concebido con la adaptación ya en mente. Por momentos, de hecho, parece la novelización de un guión previo. Pudiera ser.

Una escena de 'Justified: La ley de Raylan'.

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