manuel cruz. filósofo

"Las patrias ofrecen cobijo, perduran porque nunca desaparecieron"

  • El catedrático de la Universidad de Barcelona, diputado socialista y autor de 'Ser sin tiempo', abrió los 'Encuentros sobre la transversalidad del conocimiento' de la UMA

Pensador clarividente y de largo alcance, Manuel Cruz (Barcelona, 1951) es un filósofo heredero de la escuela humanista de Emilio Lledó, con quien precisamente publicó hace un par de años un volumen imprescindible, Pensar es conversar (RBA). Catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, divulgador incansable de su disciplina en prensa y radio, autor de libros esenciales como Las malas pasadas del pasado (Premio Anagrama en 2005), Amo, luego existo (Premio Espasa en 2010) y Ser sin tiempo. El ocaso de la temporalidad en el mundo contemporáneo (Herder, 2016); y diputado por Barcelona en las Cortes, donde ejerce de portavoz de educación del PSOE, Cruz es un filósofo de la claridad, que contagia su entusiasmo e invita a mirar siempre más allá. Crítico con lo que se ha venido a llamar la teología económica (la consignación de un único criterio económico a la hora de analizar todo lo relativo al ser humano y hasta su propia trascendencia) y del imperio del sentido común ("Desde el principio de la filosofía el sentido común ha sido objeto de sospecha: ahora, Rajoy dice gobernar con sentido común y hasta la izquierda radical se reivindica también como portadora del mismo; pero hay que seguir sospechando"), el barcelonés inauguró el pasado jueves en el Rectorado de la Universidad de Málaga los Encuentros sobre la transversalidad del conocimiento, que continuarán con otros ponentes hasta el 16 de marzo.

-Resulta casi inevitable preguntarle por la reducción de las humanidades en el curriculum educativo. En la próxima Selectividad, únicamente se examinarán de Filosofía los alumnos que quieran subir nota, y además quedan apartados pensadores contemporáneos como Marx y Nietzsche. ¿Qué podemos esperar de todo esto?

Lo que no podemos hacer es convertirnos en esclavos de medios tecnológicos que reducen nuestras capacidades"

-Nada bueno, desde luego. Cuando únicamente introduces criterios de rentabilidad inmediata en la educación, en virtud de la misma teología económica, suceden cosas así. Es posible que un estudiante termine brillantemente su Bachillerato sin ni siquiera haber oído hablar de Marx y Nietzsche. Ahora bien, es cierto que las consecuencias pueden ser muy negativas, pero yo no dibujaría un paisaje catastrófico. Estamos trabajando, precisamente, para corregir lo que la Lomce ha hecho en este sentido, y espero que podamos resolverlo pronto. Tampoco es verdad que la filosofía no interese a nadie. Yo ni siquiera diría que está en crisis. En su aspecto más mundano, si quieres, la filosofía goza de buena salud. Hace unos años dirigí una colección de libros de Filosofía para El País que se repartió con el periódico en los quioscos y funcionó muy bien, se tradujo y las ediciones se agotaron. Algún tiempo después, la misma colección volvió a salir con La Vanguardia, con igual éxito. Y hace poco me llamaron para decirme que ABC va a publicar otra vez exactamente la misma colección. Nadie daba un duro por el programa de filosofía que hacíamos en la SER, pero resulta que duró varios años, mucho más de lo que duró un programa sobre sexo que llegó con enormes expectativas y no funcionó, lo que ya es decir. Si reunimos ejemplos como éstos, que los hay y muchísimos, de ninguna manera se puede decir que la filosofía no interesa. Pues claro que interesa.

-¿Quizá resultaría conveniente, no obstante, una reformulación de los contenidos filosóficos adaptada al mundo del presente y sus medios de difusión?

-Una cosa es cierta, y es que hay ciertos códigos relacionados con la aparición de un nuevo tipo de soportes que facilitan un determinado tipo de comunicación y a la vez parece que dificulta otros. La instantaneidad de los tuits favorece el desarrollo de algunos esquemas mentales y también de ciertos hábitos relacionados con la lectura y la atención en clave reductora. Esto es una verdad objetiva que de alguna forma se opone a la propia definición de las humanidades y su disfrute. Pero hay otra cosa que nos tenemos que plantear, y es que lo que tampoco podemos hacer es convertirnos en esclavos de estos nuevos formatos. Podríamos preguntarnos si aceptaríamos de manera indiscutible el desarrollo del uso del automóvil, por poner un ejemplo, si quedara demostrado que el mismo atrofia nuestros cuerpos. Y cabe suponer que existiría un consenso en torno al rechazo. Pues bien, convertirnos en esclavos de una tecnología que en relación a nuestra mente y a nuestras capacidades tiene un determinado coste resulta igualmente inaceptable. ¿Por qué hay que rendirse ante el hecho de que las nuevas tecnologías impliquen un retroceso en cualquier sentido? No, no hay que resignarse. Y esto, cuidado, no tiene nada que ver con una concepción anacrónica.

-Hablando de anacronismo, ¿cómo explica la buena prensa de las patrias en el siglo XXI cuando ya la Ilustración vinculó la idea de progreso a su extinción?

-Tengo la sensación de que a veces todos tendemos a hacer un análisis simplista de los procesos. Quiero decir con esto que atribuimos la evolución de los acontecimientos a un solo factor, y por tanto creemos que si ese factor desaparece pasará tal o cual cosa. Pero es más oportuno advertir un carácter complejo en los procesos, y por tanto la existencia de diversos estratos. Se da constantemente el caso, de hecho, de la pervivencia de estratos profundos, mientras otros superficiales cambian. Un ejemplo: desde el estallido de la Revolución Rusa se suponía que la sociedad soviética trabajaba para el alumbramiento del hombre nuevo. Después, al caer el Muro, constatamos que han reaparecido las viejas creencias, las antiguas concepciones del mundo, las religiones preexistentes y todo lo demás. ¿Cómo cabe interpretar esto? Sería muy simplista considerar que todo esto estuvo, luego desapareció y más tarde volvió a aparecer. No, probablemente todo esto ha coexistido en lugares distintos. Desde cierto punto de vista podemos considerar que las patrias habían caído en un desuso ideológico, pero seguramente nunca desaparecieron del todo y resulta que ahora cumplen una nueva función: la de ofrecer un lugar de cobijo en épocas convulsas.

-Como la religión en el Medievo.

-Exacto. Y así siguen funcionando. Las iglesias funcionan como espacios de acogida. Fíjate que muchos inmigrantes buscan esta acogida en iglesias, porque ésta es una función que se les presupone en una sociedad que para los inmigrantes resulta profundamente hostil. Del mismo modo, la religión, que parecía haber desaparecido, reaparece porque cumple, digámoslo así, una función nueva.

-¿Qué precio no habría que pagar nunca por un pacto educativo?

-El pacto se producirá cuando los elementos no deseados no resulten intolerables para nadie. Ahora bien, por definión, a la constitución de un pacto uno no puede ir con la expectativa de cumplir su programa de máximos. Eso es riguramente imposible. Un pacto implicará siempre renuncias, la cuestión es que nadie tenga que renunciar a cosas esenciales. ¿Cómo podría aprobarse un pacto educativo que no planteara la universalidad de la enseñanza? ¿Qué clase de pacto iba a ser ése? Lo importante es que cuando vayamos a negociar cada uno tenga muy claro el orden de sus prioridades y, por tanto, las cosas que estamos dispuestos a asumir. Si me preguntaras qué preferiría yo entre un único modelo público y un único modelo privado para la enseñanza, te respondería que ojalá toda la enseñanza siguiera un modelo público de calidad. Ahora bien, ¿eso es materializable en este momento? ¿Es viable, disponemos de recursos para dejar todo el sistema educativo en manos de una red de enseñanza pública? Si la respuesta es que no, habrá que pactar.

-¿Y qué hacemos con los indicadores de calidad como PISA y la frustración que desatan?

-De entrada, el informe PISA no es la Biblia, ni mucho menos. Hay que valorar de qué hablamos en su justa medida. Pero es que si observamos con atención los indicadores lo que encontramos es que el balance no es en absoluto negativo. Si aplicáramos una mirada amplia al informe PISA descubriríamos que hay países de nuestro entorno, absolutamente prósperos, que en muchos ámbitos están retrocediendo. A veces viene bien no perder de vista una mirada histórica más de conjunto. Y podemos decir sin duda que, en España, hemos avanzado mucho.

-¿Y en Andalucía?

-Lo mismo. En Andalucía hay profesionales de muchísimo prestigio que son hijos de jornaleros. Y eso es una realidad. Ahora que estoy en la comisión educativa y veo las comparativas de lo que se hace en unas comunidades y en otras y el avance de Andalucía resulta meridiano. Es un error hablar de retroceso. Lo que ocurre es que hay que tener claro de dónde partíamos. Una vez aclardo este punto, podemos hablar. Pero para no rehuir ningún debate también podríamos reparar en qué parte del abandono escolar tiene que ver no tanto con un fracaso del sistema educativo como con el espejismo de la burbuja inmobiliaria. Es decir, cuánta gente abandonó la escuela porque se fue a ganar dinero. No quiero hacer juicios de valor, pero sí describir lo más adecuadamente posible la realidad. Sería injusto colocar en el debe del sistema educativo una renuncia a la escolarización que no tiene que ver con ninguna deficiencia del mismo sistema educativo. En aquel momento había dinero fácil y muchos mordieron el anzuelo.

-Usted defiende, al contrario que otros filósofos, que expresiones artísticas como la literatura y la música pueden ser instrumentos divulgadores del conocimiento además del placer estético. Pero, ¿esto no lo había dejado ya Nietzsche bien clarito?

-Pues claro. Y hasta el propio Platón, si me apuras. El primero que se pone a hacer sistema filosóficos puros y duros es Aristóteles. Lo que hace Platón es literatura, literaturizar el pensamiento.

-Aunque expulsara a los poetas de la polis.

-Bueno. Nadie es perfecto.

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