Cultura

En la plenitud del Barroco

XXIX Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 27 de enero. Versión, interpretación y dirección: Rafael Álvarez 'El Brujo'. Música: Javier Alejano. Aforo: Unas mil personas (lleno).

En el devenir de la escena española contemporánea, el debate sobre el público suele quedar en un plano secundario mientras las propuestas, ya sea desde ámbitos públicos o privados, responden a la cada vez más radical escisión entre espectáculos de entretenimiento y un teatro presumiblemente artístico. Precisamente porque no se tiende a reparar en el espectador más que en lo que está dispuesto a dejarse en taquilla, las conclusiones no pueden ser más desoladoras: existe un público mayoritario al que se le arrebata la posibilidad de asistir a una experiencia de contenido poético y otro, minoritario, al que se le brinda un cierto alimento intelectual y/o sociopolítico a cambio de que no espere divertirse demasiado. Pues bien, en éstas regresa Rafael Álvarez El Brujo con Mujeres de Shakespeare, que no es más que el mismo espectáculo que viene representando desde Lázaro de Tormes, con su consagración absoluta del mester de juglaría y del contar como feroz mecanismo emocional, aunque con una novedad que también responde de cierta manera a su trayectoria: si en San Francisco, juglar de Dios sus aspiraciones barrocas ya habían quedado bien expuestas, ahora éstas se regocijan en su culminación. Es decir, asistimos a un Brujo más barroco que nunca. Y eso tiene consecuencias directas en el debate que un servidor planteaba al principio de esta crítica.

Como no podía ser de otra forma, Shakespeare y sus mujeres (Rosalinda, Beatriz, Julieta) no son más que una mera excusa para que Rafael Álvarez demuestre cómo se hace. Él mismo definía hace unos días su trabajo como "algo parecido a El club de la comedia, pero con un contenido más alto". Cierto: los primeros versos de Trabajos de amor perdidos dan paso al anuncio del pan Bimbo con Punset casi sin que el público caiga en la cuenta. Y éste, claro, se ríe a destajo. Quienes han visto más de una función de un mismo espectáculo de El Brujo saben que puede mediar un abismo entre una y otra. En la del viernes, la última de las tres que ofreció en el Teatro Cervantes, con todas las entradas vendidas, el actor estuvo inmensamente suelto, chispeante, divertido. Jugaba a equivocarse y a perder el hilo y regalaba al público un descontrol aparente que encerraba, claro, su proverbial dominio de la posición, el movimiento, la dicción y el ejercicio más artesanal de la interpretación. Recurrió a chistes que ya le habíamos escuchado en otras obras, como el de los 75 coños en la misma página de un libro de Cela, y a otros entrañables como de la caza del ratón a cargo de Fernando Fernán-Gómez. Indagó en el lado gamberro de Shakespeare al explotar los binomios hour/whore y tale/tail, se cebó con Leire Pajín y los chochos arrugados y se puso tierno al evocar su entrega adolescente a la masturbación. El Brujo organizó así una orgía dionisíca en la que no faltó ni Sálvame, con los gitanos de los bosques ingleses dale que dale. Y el público reía más. Aunque es posible que alguno esperara otra cosa. El mismo actor recordó que el miércoles una pareja se levantó del patio de butacas y se marchó en plena función: "Sería por el fútbol".

Sin embargo, resulta que todo aquel desmadre obedecía a un interrogante planteado por Shakespeare: "¿Quién puede separar amor y caridad?". Por más que Harold Bloom interprete este reto a partir de la Epístola de San Pablo a los Romanos, El Brujo se salta la advertencia a la torera y aterriza en el Himno a la caridad de la Epístola a los Corintios: "Si no tengo amor, no tengo nada". Eso es, exactamente, el Barroco: la elevación de lo chabacano, del hablismo y de la sal más gorda hasta el mismísimo misterio de Dios. Muchos de quienes reían ahora lloraban. Lo que ocurre es que esto es rematadamente difícil, y este hombre llamado El Brujo es, posiblemente, el último actor español adscrito a esta sabiduría. Existe, claro, un goce poético dispuesto para todos. Shakespeare lo sabía. Vaya si lo sabía.

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