Postales desde el filo

José Asenjo

Cisnes en la charca

POR lo que sabemos, Iñigo Errejón no ha hecho nada que no sea habitual en nuestras universidades. Pero su situación me recuerda un viejo chiste en el que el mayordomo de un selecto club británico amonesta a uno de sus miembros por orinar en la piscina, por qué si todos lo hacen, le responde molesto el incontinente aristócrata, sí pero no desde el trampolín. El compadreo en las contratos de investigación o la laxitud con la que se interpretan las clausulas contractuales, no son muestras de ejemplaridad ética. Llama la atención que quienes, desde su pedestal de superioridad moral fustigan al sistema político como exaltados savonarolas, no sólo no alcen su voz contra los malos hábitos y las corruptelas en su ámbito de actividad, sino que las practiquen sin ningún complejo. No es que yo crea que el investigador universitario y dirigente de Podemos haya hecho nada punible, es más, me parece absurdo que se le pretenda meter en el paquete de la corrupción generalizada. Algo que debería hacerle reflexionar, ya que él mismo y los otros dirigentes de su formación han obtenido su gran rédito electoral practicando con los demás el mismo "rigor acusatorio" del que ahora es víctima. Es cierto que la venalidad política ha alcanzado limites intolerables. Pero, no lo es menos, que la sensación es todavía mayor que la corrupción realmente existente. Algo tienen que ver en ello la demagogia practicada por Errejón y sus compañeros.

Parece que nos ahoguemos en una imparable ola de populismo. No me refiero a Podemos. Sino a la multiplicación de programas de "debates" de contenido político que han vuelto a poner a las televisiones en la primera línea política. Elvira Lindo hablaba de ello en su columna del pasado domingo del País: "una pasión tan desatada que una teme que llegue un día en que acaben por dar un cerrojazo al parlamento para pasarse de la mañana a la noche en tertulias de los mismos contra los mismos". Parece que ante el malestar y la indignación ciudadana las televisiones hayan encontrado un lucrativo filón. Dada su similitud con la telebasura, los televidentes pasan sin solución de continuidad de contemplar cómo le sacan la piel a tiras a las figuras del famoseo, a ver cómo destripan a los políticos en programas con un mismo formato y con contertulios que se expresan con similar rigor. En esa sucia charca en la que tantos chapotean, Pablo Iglesias y sus colegas nadan como cisnes. De ahí su éxito.

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