La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

El tabú

LA tragedia del Airbus de Germanwings ha derivado en una especie de investigación algo morbosa sobre el estado mental y físico del copiloto que supuestamente provocó la tragedia, Andreas Lubitz. Se habla ahora de la medicación que se negaba a tomar, de sus trastornos, de si tenía antecedentes suicidas y, en ese torbellino que busca una razón lógica para explicar el suceso, se observa la ansiedad de una sociedad occidental que toma aire agobiada cada vez que se enfrenta a una falla de ese mundo perfecto que se sueña, tan show de Truman y tan falso. De acuerdo que los humanos podemos plantear cierta idea de cosmos organizado, que podemos pintar carreteras, idear calendarios, erradicar la viruela y crear la física cuántica, pero al final las fuerzas caóticas internas y externas que amenazan al hombre siempre están ahí, por lo que la desgracia está a la vuelta de la esquina. En el caso de la enfermedad mental incluso da una mayor sensación de pánico colectivo, quizá porque este tipo de patologías siguen envueltas bajo el tabú terrible de unas sociedades que las tapa bajo un manto oscuro de vergüenza, de temor, de desconocimiento tribal. Nada más temible que lo que no se comprende, de ahí que los muchos vacíos que tenemos sobre las mecánicas patológicas de la mente humana se hagan invisibles a los ojos del mundo. Y es que a nadie le apetece ponerse ante lo más oscuro que puede ser uno mismo o que puede ser su vecino, esa persona bellísima que siempre juega con nuestros críos pero al que en el fondo no conocemos de nada -porque en realidad no conocemos a casi nadie-. Evidente parece a estas alturas de la investigación sobre el Airbus que algo falló en el sistema para que una persona con los presuntos desequilibrios mentales que padecía el señor Lubitz pudiese acabar tomando el mando de un avión y estrellándolo en los Alpes. Y seguro que ya se están diseñando medidas para aumentar la sacrosanta seguridad occidental, pero quizá el principal paso que debería darse es reflexionar sobre si se hace todo lo posible por cuidar la salud de los enfermos mentales y por evitar que se sientan profundamente marginados. Visibilidad, sí, y reflexión en el espacio público. Divulgación e inversión, y huir de tópicos, porque los especialistas ya avanzan que en el futuro que nos viene este tipo de enfermedades serán cada vez más comunes. Ni negarlas ni mantenerlas en un espacio de sombra servirá para que tipos como Lubitz puedan reorientarse en vez de llevarse por delante la de 143 inocentes que, si se confirman las sospechas, murieron más por culpa de la enfermedad de un hombre desgraciado que por culpa de su maldad.

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