Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Bruselas

LA realidad supera a la ficción, qué cierto es. Lo real e inmediato te implica en los acontecimientos, tiene capacidad de sobrecogerte y meterte el miedo en el corazón y dejarlo ahí instalado, cosa que una película o una novela difícilmente consiguen más allá del momento en que se ve y se lee. Una película cuya propuesta argumental fuera que Bruselas está sitiada ante el riesgo "inminente" de un ataque terrorista islámico, y que por ello las tanquetas y soldados embozados y fuertemente armados son lo único que se mueve en las calles, estaría condenada a la serie B y al olvido inmediato. Y mira.

En el momento en que escribo esto, un amigo se acerca y me recuerda que su hijo está en la capital política y burocrática de Europa con una beca Erasmus, ese brillante proyecto paneuropeo más integrador que formativo. Tengo familiares directos viviendo allí, y en algún momento llegaron a residir dos hermanos y sus parejas, y un total de cinco sobrinos. Por ello pude disfrutar de sus parques y sus cuidados espacios públicos, del Museo de África en Tervuren, de los mejillones, del crudo y sazonado fillet americain en crujiente barra y de las patatas fritas con mayonesa, platos típicos y sabrosos belgas que, acompañados de las que para muchos son las mejores cervezas del mundo, las de allí, puedes encontrar casi por todos sitios. Decir "casi" quiere decir que Bruselas y sus contornos metropolitanos son poblados por gente de diversas razas y religiones, especialmente musulmanes, que en muchos casos no se han integrado ni quieren, y ni comen tartare de buey en baguette ni se deleitan con esos sencillos bivalvos fritos y naranja que ellos llaman moules. Tampoco beben cebada y trigo hechos rubia y alta cerveza. La cerveza es pecado. Casi todo lo es.

Ahora me dicen lo que dicen los periódicos y muestran las imágenes de la tele: espantosa desolación de las calles vacías de una ciudad que cotidianamente es la Babel domada de Occidente, la civilización orgullosa de sus derechos colectivos e individuales. Aunque algunos aquí, nacidos para el autoflagelo de la conciencia nacional y occidental, se dan golpes de pecho por Bush Jr. o por el colonialismo considerarán que la culpa es nuestra, que el Rey Leopoldo era nuestro tatarabuelo y que los islámicos nunca han invadido cruelmente gran parte del mundo henchidos de la ceguera del odio religioso escrito y sin evolucionar en su interpretación. Tampoco en el siglo VII, cuando no había colonias ni nada de eso. Ni Erasmus, ni elecciones ni mujeres libres. Quizá sí cerveza y mejillones.

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