El rebalaje

laura / teruel

No hay elección

NO podemos escoger casi nada de lo que nos identifica. Nuestros genes nos vienen dados. Casi todo lo que aparece en nuestro DNI nos ha tocado en la tómbola del mundo. No decidimos nuestro nombre, nos imponen los apellidos, las contracciones definen la fecha de nuestro nacimiento y los surcos de la huella se labran solos en nuestros dedos. Únicamente podemos intentar que en la foto, con las facciones que nos han sido dadas, salgamos lo mejor posible. Y, del mismo modo que no depende de nosotros nacer en España o en Siria, no tenemos ningún poder de decisión sobre si somos mujeres u hombres. Eso sienten Gabriela y Alexa. Dos niñas malagueñas que no escogieron serlo pero les tocó. Dos chicas a las que el cuerpo no les acompaña. Ambas, desde que aprendieron a hablar, decían que eran féminas y no entendían porqué tenían pene. Renglones torcidos de la ciencia.

A una niña con nueve años, como Gabi, no se le puede obligar a jugar con juguetes que no le gustan. A una chica con trece, como Alexa, no se la puede sugestionar para que vista como lo que no es. Una pequeña de cuatro, como la guipuzcoana Lucía, no puede fingir felicidad absoluta cuando, por primera vez, en el perchero de su escuela pone su nombre femenino y no el de su partida de nacimiento ¡Así de sencillo! A buen seguro, la vida de estas tres pequeñas hubiera sido más cómoda si hubieran podido escoger qué se sentían, pero ni ellas ni nadie puede hacerlo. Y en qué cabeza cabe que unas familias compliquen la vida a sus hijas obligándolas a escoger un camino tan complicado. No tuvieron elección.

Gabi tuvo que cambiarse a un colegio público a mitad de curso porque en el concertado donde estudiaba la llamaban por el nombre de chico y no la dejaban llevar uniforme de chica ¿A quién perjudicaba? Alexa tiene que hacerse el DNI y solicitó el cambio de nombre legalmente. El de género es imposible conseguirlo. Le ha venido rechazado a pesar de contar con informes psicológicos, médicos y educativos favorables. Debe esperar hasta los 18 años para hacerlo y soportar, en estos difíciles años de la adolescencia, que cuando viaje o cuando pague en una tienda de ropa y enseñe el documento de identidad lo único que ella ha querido escoger, su nombre, no se comparezca con lo que la naturaleza ha decidido por ella: que es una mujer.

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