Club Dumas

salvador Merino

Un barrio sin gracia

DURANTE muchos años Barcelona marcó un nivel cultural, artístico y deportivo sin comparación en el Mediterráneo. Muchas ciudades, Málaga incluida, se miraban en ella como ejemplo de ciudad cosmopolita e integradora. Pero mantenerse a esa altura tiene su precio, y es el de apostar por dirigentes con visión de futuro, capacidad de innovación y sed de conocimientos. Hoy hasta la deuda de la Ciudad Condal está por debajo de la de Bangladesh. Para resolverlo se puede optar por la fórmula Carmena, y despedir a las agencias de calificación, o por la de los países civilizados y poner remedio. Pero el ansia de gobierno está logrando tirar por tierra toda una historia de logros y sacrificios. Como diría Francis Bacon: "representa un extraño deseo buscar el poder y perder la libertad".

Ya ha habido otros lugares, como Bélgica, cuya condescendencia con terroristas internacionales de todo pelaje le ha llevado a un callejón sin salida. En estos momentos es Barcelona, gracias al empeño de los que están al frente de sus instituciones, el nuevo centro de acogida para antisistemas y demás violentos venidos de todos los lugares. Hechos como la invitación al parlamento de Arnaldo Otegui ha supuesto la apertura de un proceso de guerra urbana lógico y esperable, ya que abrir tu casa a los que nunca condenaron los asesinatos del terrorismo es renunciar a la paz y a la libertad. Visitas de estos individuos, que creen que la vida de los demás les pertenece y por eso pueden acabar con ella, han dado alas a todos aquellos cuya ideología es pasar por encima de los demás sin más razón que su propia fuerza.

Cuando, durante muchos años, la respuesta a los cumplimientos legales de jueces y fiscales ha sido el desplante y la insumisión, y esto no ha tenido ningún precio, tampoco ahora pueden extrañarse que se desobedezca a las propias autoridades catalanas. La falta de respeto a los mozos de escuadra, por parte de ciudadanos y dirigentes, sería sorprendente en cualquier país civilizado pero en Cataluña parece que ya todo vale. Y en este descontrol, saber que un ayuntamiento ha sido capaz de financiar, con los impuestos de los demás ciudadanos, los placeres de los violentos a cambio de una supuesta paz social, recuerda mucho al Chicago de los años 20. Al igual que Al Capone, se empieza no respetando las leyes, se continua no respetando la propiedad privada y se acaba no respetando la vida.

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