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"Da igual cómo te salgas del tiesto si eres mujer: va a tener consecuencias"

La escritora gaditana Ana Rossetti.

La escritora gaditana Ana Rossetti. / D.C.

MUJERES, LIBROS Y PELIGROS. Sobre su cama de niña, menciona en Somos un cuerpo herido. Hipatia y Catalina de Alejandría, había una reproducción de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen de Murillo. Para Ana Rossetti (San Fernando, 1950) lo normal era estar rodeada de mujeres que leían (y, como se dice, eran peligrosas), pero no era –reconoce– lo común. Entre los ejemplos, reales o verdaderos, en sangre y en tinta, de figuras femeninas que hacían girar y tambalearse al mundo, estaba santa Catalina, imagen especular –lo que aprendió posteriormente– de Hipatia de Alejandría. De ambas habla la escritora en su último ensayo, publicado por Siruela

–Narra una infancia en la que manejaba las estampitas de santos como si fueran cromos de Pokémon. ¿Era lo normal? 

–No sé  si era normal, pero desde luego formaba parte de muchos momentos de nuestras vidas. Lo que no era tan común era leer las biografías de mujeres que yo leía porque, hasta hace poco que se empezaron a reivindicar las figuras femeninas y las niñas rebeldes y así, apenas había nada. Aun así, mi madre procuraba que estuvieran en casa. Títulos como Cuando las grandes esposas eran niñas.

-Frase que podía haber continuado con ‘... tenían una vida’.

–Claro. Pero las había que seguían teniendo su voz. Otra colección era de Grandes princesas, pero no estilo Disney: Isabel Clara Eugenia, La Malinche... Capaces de tener una vida distinta y de ejercer poder. O Grandes Artistas, como Vigée Lebrun o Sarah Bernhardt ...

–Unas “vidas ejemplares” que le hicieron pensar que las mujeres eran capaces de actos legendarios, “como matar a Marat”. Pero digamos que lo contestatario no era lo que se buscaba con esos relatos.

–No sé lo que se pretendía, pero a mí me ayudó. Te dabas cuenta de lo importante que era ser mujer, que no había una única forma de serlo.

–Son historias, santas o mundanas, que vienen a decir que hay un orden, que el bien prevalece. No sé si es verdad, pero sirve para ir tirando.

–Cuando se es pequeño, uno necesita entender las cosas. Y sí, luego te das cuenta de que las cosas van encajando, pero porque hay unas premisas anteriores, un marco conceptual en el que sabes qué hacer y qué no. A mí me llamaba mucho la atención cuando me contaban cosas de mujeres que estudiaban –aunque estaba rodeada de mujeres estudiosas, y la orden en la que estudié tenía como premisa la buena formación de las mujeres–, quizá porque me sentía identificada.

–Y, entre todas, surge la fascinación por santa Catalina. ¿Por qué fue, aparte de por lo de ‘ser de Cádiz’?

–Algo que creía firmemente porque lo decía la coplilla (“En Cádiz hay una niña que Catalina se llama”), y porque tenía hasta un castillo con su nombre, por supuesto.

"Si mi madre conducía o hizo fontanería en los años 50 fue porque mi padre le dio permiso"

–En gran parte de ‘Somos un cuerpo herido’ desarrolla la abundante simbología que la rodea, que no puede ser casualidad.

–Este tipo de cosas alimenta la controversia que existe con los santos medievales por parte de la ortodoxia: si existieron o no, con muchos defenestrados directamente del santoral. Pero una cosa es lo que es verdad, y otra lo que es real. Catalina no era real, pero sí era verdad. Antes de que uno piense si Hipatia se esconde tras su figura, Catalina es la Luna, y eso es aún más importante, porque la Luna está ahí y estará para siempre, y es así como pervive.

–Desde luego, las similitudes entre Catalina e Hipatia son tremendas, como si una se hubiera hecho para tapar a la otra.

–Cuando el culto de Santa Catalina llega a Europa es en el siglo X, con las cruzadas, así que imagina cuántas transformaciones pudo tener. También es verdad que el cristianismo había tapado todas las deidades femeninas, hasta que en la Edad Media hay un resurgir de las vírgenes –generalmente, asociadas a lugares muy potentes– y de la figura de la mujer, con reinas que lo son por sí mismas, no consortes. Poco a poco, se fue imponiendo un culto que no estaba previsto y que había permeado –muchas de las invocaciones a la Virgen parecen invocaciones a Juno–, que llegó desde abajo y se fue configurando.

–Algo más tarde, y entre esas mujeres fuertes de gran influencia, menciona a Jeanne de Lestonnac.

–La fundadora de la Compañía de María. De familia católica pero con madre calvinista en mitad de las guerras de religión en Francia, se da cuenta de que las niñas calvinistas están mejor formadas que las católicas. Hace vida convencional, se casa, tiene hijos, y cuando se queda viuda y casi todos sus hijos están colocados, se mete a monja en el Císter, pero se sale y funda una orden para tener la misma educación que los chicos. Decía que las mujeres teníamos que “llenar nuestro nombre”, que dotarlo de significado. Su línea era muy parecida a eso que se dice hoy de “sólo las mujeres salvarán a las mujeres”.

–Gran consciencia de la situación te la da santa Teresa:“Para que me se me cayeran las alas, me bastó con ser mujer”. Sólo hay que ver la gran diferencia que marca el tener acceso a la biblioteca paterna, como vemos en varias autoras del XIX.

–Y no hace falta irse tan lejos: en los años 50, si mi madre estaba conduciendo o hizo fontanería, fue porque mi padre la dejó. Lo fundamental era tener permiso. Fíjate que, hasta en las obras del Siglo de Oro, las mujeres que salen a escena no tienen madre.

–Claro, porque nacían de 'la cabeza de Zeus'... Pero luego, ejemplos como Catalina o Hipatia te dejan claro el final si destacas.

–Da igual de qué manera te salgas del tiesto:tienes que saber que eso va a tener consecuencias. Lo mismo no te mueres o no te matan, pero habrás de hacer frente al vacío social -que es aún peor-, o te van a hacer la vida imposible, y nada de lo que digas, desde luego, va a tener credibilidad.

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