Calle Larios

Málaga: los cuerpos ajenos

Venga, que si nos organizamos habrá sitio para todos.

Venga, que si nos organizamos habrá sitio para todos. / Javier Albiñana (Málaga)

Me metí a desayunar en aquel bar y poco después tenía a mi lado una reunión de veteranos, cinco o seis señores dispuestos a exprimir la mañana en una tertulia de las de antes. Ninguno de ellos parecía tener prisa. Yo, tampoco. Creo que a ninguno le caía particularmente bien Pedro Sánchez. Pero no escuché un solo comentario denigrante, así que comprenderán que, ante semejante milagro, me hice el tonto y planché bien la oreja para no perder detalle del contubernio. Se cruzaron en la charla distintos temas de actualidad y no tardó en caer la manifestación celebrada en Canarias que reclamaba una mejor gestión del turismo. En la mesa había opiniones divididas. Algunos ponentes consideraban que no se podía a poner a caer de un burro la principal vía de ingresos no ya para las islas, sino para prácticamente toda España. Otros recordaban que en muchas ciudades como Málaga se daban problemas serios de convivencia y que la falta de control de los apartamentos turísticos había convertido el acceso a la vivienda en un lujo. Entonces, uno de aquellos hombres expresó una frase sencilla pero definitiva: “El problema es que aquí cada uno se posiciona según le va”. En algún momento debí asentir y tal vez me delaté como profesional del cotilleo, pero sí, este señor había dado en el clavo. Es cierto que la aplicación del cuanto más mejor como único criterio válido para el turismo ha tenido consecuencias nefastas y que, para corregirlas, hacen falta soluciones políticas que terminarán llegando gobierne quien gobierne (acabo de leer que el Ayuntamiento de Madrid no concederá más licencias para nuevos apartamentos vacacionales: hace solo unos mes, más de cuatro habrían tachado al Consistorio de antimadrileño por esta decisión); pero que de aquí salgamos con un nuevo modelo de convivencia que sea capaz de atraer turismo sin que por ello tenga que irse nadie es, también, una cuestión moral. Detesto hacer referencia a la moral y considero bien difícil escribir sobre la cuestión sin moralizar, pero ahí va: más allá de los políticos y los líderes de opinión, la sociedad civil también tiene algo que decir, porque buena parte de las decisiones que pueden agravar o relajar la tensión pasan por su mano. Y, seguramente, necesitamos debates en los que no se opine según le va a cada uno, sino desde la toma en consideración de la situación del otro. El problema es que, cuando desde el gobierno municipal se criminaliza a los residentes del centro por quejarse del ruido, y cuando no se cumplen las sentencias impuestas ni se aplica una tasa turística por no incordiar a ciertos representantes de la hostelería, es fácil dilucidar a quién corresponde prestar atención, porque te vaya la vida en ello o porque, sencillamente, pasabas por ahí.

La sociedad civil también tiene algo que decir, porque buena parte de las decisiones que pueden agravar o relajar la tensión pasan por su mano

Poco después, con otro café de por medio, Manuela y yo estuvimos conversando al hilo de todo esto sobre Plataforma, la novela que el escritor francés Michel Houellebecq publicó en 2001. En esta obra, una pareja metida en el negocio de la promoción turística decide crear una especie de parque de atracciones consagrado al turismo sexual en Tailandia con gran éxito y la bendición de patrocinadores e instituciones públicas. Yo planteaba, de nuevo desde una perspectiva moral, hasta qué punto es más reprochable adoptar un modelo turístico basado en la prostitución que inclinarse por otro que se basa en la expulsión de las poblaciones locales y la degradación de los espacios públicos. Y Manuela me hizo ver, con agudeza foucaultiana, que el segundo modelo se basa también en la explotación de los cuerpos, desde las kellys que se parten la espalda en hoteles y apartamentos turísticos a cambio de una miseria hasta los mismos empleados de la hostelería sometidos, demasiado a menudo, a condiciones coincidentes con la precariedad. Cuando vi en televisión la emisión de la manifestación celebrada en Canarias, distinguí en una pancarta el lema “Tú no vives del turismo, el turismo vive de ti”. Y, aunque la analogía con lo que propone Houellebecq pueda dar escalofríos, podemos considerar que es ahí, en el cuerpo, en el pellejo, donde se dirime el dilema. La apuesta casi exclusiva por el turismo ha traído a Málaga mucho trabajo, sí, pero ninguna riqueza. Más bien, lo contrario.

La apuesta casi exclusiva por el turismo ha traído a Málaga mucho trabajo, sí, pero ninguna riqueza. Más bien, lo contrario

Y, bueno, a lo mejor es porque uno se hace viejo, pero con todo esto quiero ser optimista. Creo que Málaga puede funcionar como un laboratorio de fórmulas para una mejor gestión del turismo, con consecuencias más felices para todo el mundo, que podrían aplicarse después en otras ciudades con problemas similares. Habría que ver la situación como una oportunidad: si la Expo sobre la sostenibilidad no salió, Málaga puede demostrar que el envite sobre la cuestión iba en serio y atreverse a ser pionera al respecto en toda España igual que lo ha sido en otros asuntos. Este movimiento, además, añadiría a la ciudad nuevos atractivos que otros turistas, quizá menos interesados en emborracharse muy rápido cuando viajan al tercer mundo, encontrarían apetecibles. Un poco como lo del turismo cultural pero de verdad, con tanto orden como valentía. Lo que no parece muy de recibo a estas alturas es exigir más sacrificios a la ciudadanía a la que ya se pidió, entre otros favores, que se quedara en casa cuando la pandemia todavía coleaba para que los visitantes pudieran moverse a sus anchas con menos recelos. Quienes preguntan por alternativas al modelo vigente, aquí tienen una. Tampoco seríamos demasiado originales: en no pocas ciudades europeas llevan ya años, desde el Covid, probando otros modelos con resultados prometedores. Pero que no se diga: hay un milagro malagueño a la vuelta de la esquina y no estaría nada mal intentarlo. A ver, ¿de qué sirve que la inversión privada, bendita sea, permita restaurar edificios ruinosos para convertirlos en nuevos apartamentos turísticos si a cambio son cada vez menos los que tienen que hacer las maletas? ¿Y si fuesen posibles otros retornos? Probemos. Más que nada, porque ya sabemos a dónde nos lleva la opción vigente. Y sus virtudes, si las hubo, ya están más que agotadas.             

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