Hechos unos zorros

La canción parece un mensaje en clave de esos que la España de la Historia mandaría, si la tuviesen secuestrada

Escribí un artículo sobre la canción de Ay, mamá de Rigoberta Bandini. Por eso algunos amigos me consideran ahora un experto en Eurovisión y preguntan si voy a hablar de Zorra, que es la canción de este año.

Me pillan viendo la serie del Zorro, precisamente. Tiene un personaje femenino, indígena y empoderada, que quiere ser también el Zorro, aunque no es la elegida, pero se viste de Zorra y corre sus aventuras. La serie es entretenida sin más (ni menos), pero en casa le vemos un enorme mérito a que sortee toda sombra de bromas con el uso ordinario de la palabra vulpina. Lo hacen muy bien: ni una condescendencia con la zafiedad fácil.

Y ahora viene la canción presumiendo de zorrería ¡y lo celebran como un hito! Ya la he oído en cumplimiento del deber. Y he suspirado aliviado, porque la canción se critica sola.

Le he cogido miedo a las críticas después de lo de Salustiano. Dice uno que algo no le gusta, y los estirados arrugan la nariz y te acusan de estirado. No nos puede no gustar nada, que eso es intolerancia. “¡No generalices!”, ordenan, además, como si pensar no conllevase generalizar. Uno sugiere que no pueden sumarse peras con manzanas y saltan a recordarte que estás o generalizando a las manzanas o discriminando a las peras o distinguiendo entre frutas y que todos somos iguales.

Menos mal, por tanto, que la canción cae por su propio peso. No creo que afecte demasiado a la juventud porque la broma es viejuna y tan cutre que despertará poco deseo mimético (ni ningún otro). Si la cantase un hombre, sería el acabose, con razón; pero así es intrascendente. La pretensión de que llamarse a una misma “zorra” resulte liberador da un alipori reforzado por las corografías y el videoclip. Tal vez sirva para demostrar en Europa que en España estamos hechos unos zorros, si no estuviesen ellos por el estilo. La canción parece un mensaje en clave de esos que la España de la Historia mandaría, si la hubiesen secuestrado.

Y no hay más que decir, aunque no descarto, si siguen con la matraca de que es un himno feminista, que las feministas heroicas que quedan, y que no ganan para disgustos, protesten, porque hablar de empoderamiento por esta canción es mezclar las churras con las merinas. A las asociaciones ecologistas no puede gustarles tampoco mucho la canción. Yo la calificaría de maltrato animal. ¿Qué culpan tienen las zorras o las vulpejas? Pero ya digo que no quiero generalizar.

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