Irse de político

Poco se habla del abandono del poder, una posición en sí misma contradictoria, pues el poder o es absoluto o no lo es

El amigo dice, y reafirma, que el líder de Podemos está deseando abandonar todo y marcharse a otro tipo de trabajo, dejando lo relacionado con el poder, el liderazgo y todo lo demás. Y no lo dice ahora por aquello de la discutida casa, de la que hasta hay quien opina que un piso de tipo medio vale en Barcelona lo que ha pagado esta familia, sino que la decisión viene de antes. Considera el amigo que el protagonista hace tiempo se ha ido dando cuenta de que el juego político no es el juego escénico que pensaba; que la política exige mucha fortaleza; que por otra parte o se hace una revolución total, que al final no sirve para nada, o la eficacia de cambiar las cosas dentro de las instituciones nacionales es muy discutible y muy escasa; que mantener encendida a la masa es harto difícil porque ésta siempre pide hasta lo descabellado; que luego está el fuego amigo… Total, que no merece la pena y que lo mejor es abandonar la faena. Pero, ¿cómo y sin sufrir un grave deterioro? Ahí está la clave de su sufrimiento actual: marcharse pero sin mancharse. Esto asegura el amigo.

Lo de irse de político es un asunto de la más alta relevancia que pocas veces se medita con cuidado. Más allá del tópico, cierto desde luego, de lo que suele llamarse las puertas giratorias, ese juego de paso franco de lo público a lo privado, muy rentable por cierto, poco se habla del abandono del poder, una posición en sí misma contradictoria ideológica y conceptualmente pues el poder o es absoluto o no lo es. Lo que ocurre es que, marchándose, no se abandona este, que en verdad no se posee, sino la influencia, el dominio, ejercitado mediante el funcionariado político. En lides de simulación en verdad muy acabada. Porque, como dice Max Weber, el cuadro administrativo que representa hacia el exterior a la empresa de dominación política no está vinculado con el detentador del poder por ideas de legitimidad sino retribución y honor social.

Sila es el dictador romano del que mucha gente asegura, por supuesto con exageración y algo de inexactitud, que ha sido el único en la historia que voluntariamente renunció a la máxima legislatura. Y se cuenta que, cuando se dirigía a su casa libre del poder, un hombre le insultó por la calle reprochándole el abandono, a lo que el ya exmandatario respondió: "¡Qué imbécil! Después de ese ademán, no habrá ya dictador en el mundo dispuesto a abandonar el poder".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios