Postales desde el filo

José Asenjo

Rubalcaba y sus circunstancias

LA iniciativa parlamentaria de UPyD, sobre el mal llamado derecho a decidir, además de proclamar lo obvio, ha servido para abrir una vía de agua al PSOE: objetivo cumplido. La presión sobre el adversario hasta hacerle perder el balón, también forma parte de las tácticas parlamentarias. Rosa Díez, que conoce demasiado bien las debilidades de su ex partido, no quiso dejar de pasar la ocasión. Pero tampoco hay que dramatizar, la tormenta catalana no sólo ha creado dificultades a los socialistas: la propuesta fiscal de Sánchez Camacho también puso en aprietos al PP y la relación entre los socios de CIU está peor que nunca.

Según una crónica del Pleno parlamentario, la líder de UPyD le dijo a un diputado socialista que no quería fastidiarlos. Éste le dijo que no hacía falta, que ya lo estaban. Para éstos lo sucedido el martes plantea un problema que va más allá de lo coyuntural. El PSC, arrastrado por la marea secesionista, se ha aferrado a la tabla del "derecho a decidir". No son independentista, pero creen que el futuro de su país sólo es cosa de ellos. Que es tanto como decir que Cataluña y España no forman una misma unidad moral y política. Para uno de los grandes partidos nacionales, si aspira a seguir siéndolo, la unida territorial del España sólo puede ser entendida como algo que nos afecta a todos, vivamos o no en Cataluña. Es cierto que, embriagada de independentismo, una buena parte de la sociedad catalana lo ve de otra forma. Pero es, objetivamente, una peligrosa falacia creer que un asunto de esa naturaleza lo puedan abordar de forma unilateral.

Se entienden las razones prácticas por las que la dirección federal pretendía abstenerse. Probablemente no quisieron dar mayor importancia a la iniciativa o evitar trampa tendida por Rosa Díez. Pero midieron mal. Y, sobre todo, de lo que no fueron consciente es del poco peso que tiene la dirección federal en al actual organización del PSOE. Las voces críticas y las presiones explícitas o implícitas acabaron, en este caso con razón, desautorizando al secretario general. Lo ocurrido abonará las tesis, parece que bastante extendidas, sobre la necesidad de sustituir cuanto antes a Rubalcaba: herido por las encuestas y zaherido por los suyos. Pero el problema no es él, sino sus circunstancias. Y si éstas no cambian, mucho me temo que, de haber estado en su lugar cualquiera de los nombres que se barajan para sustituirle, las cosas no habrían sido muy distintas.

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