EL ESPONTÁNEO

Juan Cachón Sánchez

El despiste

SUCEDIÓ aquel verano del 46 que a papá, como le iban mal los negocios, se le ocurrió poner un establecimiento de pompas fúnebres, pues pensó, y creo que con buen criterio, según él, siempre que decía con buen criterio me echaba a temblar, pues realmente todo ocurría al revés. El problema que tenía papá es que era un hombre sumamente despistado. A pesar de todo, fue al primero que se le ocurrió poner en circulación la fórmula de pagar en cómodos plazos, como si los plazos fuesen cómodos, como las butacas o los sillones de oreja. El caso es que, en este asunto concreto, la fórmula funcionó, quizás fue porque existía tanto hambre y miedo. Contaban que la gente moría con bastante frecuencia o bien era fusilada, según las crónicas republicanas en el exilio, al fin y al cabo era una forma de morir tan rápida como el cólico miserere.

Papá gracias a su gran despiste, cosa insólita, amasó una gran fortuna (superior a la del ladrillazo actual), la cual me permitió estudiar cultura general en Alemania y aprender los logaritmos y las integrales en alemán, que son más fáciles. Papá decía que los grandes hombres siempre fueron unos grandes despistados y ponía el ejemplo de Cristóbal Colón que, debido a su gran despiste cartográfico (aparte de que se olvidó la brújula en Palos de Moguer), descubrió América, y al doctor Fleming, que descubrió la penicilina. Papá escribió un ensayo titulado Despiste y Poder, todo en alemán, según él hubiese tenido mucho más éxito de no haber sido censurado por el régimen franquista, él presumía que podía haber sido un best-seller, tanto como la trilogía sobre la guerra civil española Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos y Ha estallado la paz, de Gironella, del cual hoy nadie se acuerda excepto sus herederos. Según papá, al ser el régimen tan inculto, se creían que despiste era algo porno o una conjura judeo-masónica. Debido a ello, se libró de ir al frente durante la contienda civil, pues se equivocó como de costumbre y en vez de tomar un mosquetón tomó a mamá del brazo y se casó con ella con todo el boato y la pompa que la ceremonia requiere en los Jerónimos de Madrid, muy cerca del actual cubo de Moneo. Debido a su gran despiste, sus enemigos nunca se enteraron de si papá fue de derechas o de izquierdas, si fue del Real Madrid o del Barça. Una vez se cruzó con el poeta falangista Agustín de Foxá en la calle la Montera de Madrid y le felicitó por la letra del himno de Riego. Creo que aquel día al conde de Foxá le sentó mal el cocido de Lhardy.

Papá se compraba sombreros azules, de paja amarilla, de amarillo cáscara de limón, de adagios de luna llena que abrazaban el amanecer bélico con brazos de madera de abedul con sus ojos de café y la mirada de un roedor de alas con plumas de silencios verdes, de verde aceituna con huesos de calavera negra.

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