La estrategia de la tensión

Si quieren emociones fuertes, imaginen todo lo que estamos viviendo pero con un Estado que no pueda pagar las pensiones

Qué triste todo. No había ningún motivo –ninguno– para que la situación alcanzara el nivel de tensión que estamos viviendo estos días, pero así ha sido. El presidente del gobierno ha tenido que ocultar su agenda oficial para evitar los escraches. En el Senado se vivieron ayer escenas que no acabaron a tortas porque Dios –o la Pachamama– no quiso. Y el día de la investidura se van a desplegar 1.200 policías frente a las Cortes, como si fuera una final de la Champions con la hinchada del Legia de Varsovia enfrentada a la del Estrella Roja. Y eso no es todo. La atmósfera política se está caldeando muchísimo y ya se oyen acusaciones recíprocas de golpismo proferidas por los de uno y otro bando, y en esas acusaciones resuena claramente el deseo de ilegalizar a los partidos que se consideran “golpistas” (es decir, los enemigos). Y peor aún, la tensión está saltando a la calle. Todos sabemos que empiezan a saltar las chispas cuando hablamos de política. Y de las chispas a la violencia personal media muy poco. Poquísimo.

Y para hacerse una idea, basta pensar en un hecho que ha sido silenciado por el griterío de estos días: el Estado ha tenido que prestarle 10.000 millones de euros a la Seguridad Social para pagar la extra de Navidad de las pensiones. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la Seguridad Social no tiene recursos suficientes. Si no me equivoco, eso significa que la S. Social está en quiebra. Pues bien, no hay nada más apasionante que imaginar una quiebra de la Seguridad Social en medio de la quiebra civil e ideológica que estamos viviendo, cuando el presidente en funciones tiene que ocultar su agenda por miedo a los escraches. Si quieren emociones fuertes, imaginen todo lo que estamos viviendo pero con un Estado que no pueda pagar las pensiones ni los subsidios de desempleo. Imaginen, si, imaginen, porque el resultado es una película de catástrofes.

Y lo peor es que todo esto podría haberse evitado. Nada nos obliga a vivir en un frentismo histérico permanente. Nada nos obliga a dividirnos en dos bloques antagónicos. Existen los gobiernos de coalición entre la izquierda moderada y la derecha moderada. Existe la posibilidad de pactar un programa de reformas. Existe la inteligencia política. Pero se conoce que nosotros preferimos el ruido y la furia. Hasta que sea demasiado tarde, claro

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