Un gesto

Cuando uno piensa en el estado actual del mundo, más valor tienen esos gestos de incomprensible misericordia

El otro día leí el testimonio de un hombre ya mayor –septuagenario– que fue secuestrado con su mujer por los terroristas de Hamas en la incursión del 7 de octubre pasado en el sur de Israel. El hombre y su mujer estaban heridos, pero los terroristas se los llevaban de todos modos a Gaza para usarlos como rehenes. Cuando llegaron a la frontera, el hombre imploró a los terroristas que los soltaran: al fin y al cabo eran muy mayores, estaban heridos y no iban a ser más que una carga inútil para ellos. Uno de los terroristas, al oír esto, los apuntó con un fusil. Era cierto: eran unos rehenes inservibles, así que los iba a matar allí mismo. Pero otro de los terroristas –que debía de ser el líder del grupo– impidió que su compañero disparara. Y luego, en vez de hacer lo que se supone que tenía que hacer, soltó a la pareja de israelíes al borde de la carretera. Los terroristas de Hamas se fueron, y aquellos dos ancianos fueron rescatados pocas horas más tarde por los suyos.

Me he acordado de este súbito –e inexplicable– gesto de piedad de ese palestino de Gaza, sin duda un terrorista, sin duda un personaje siniestro (no sabemos lo que había hecho media hora antes en los kibutz que atacó), pero que supo ceder a un extraño impulso de humanidad cuando nada ni nadie le obligaban a ello. Lo más fácil habría sido matar a aquellos dos ancianos malheridos. Eran sus odiados enemigos, eran la gente que ellos habían jurado expulsar para siempre de su tierra, pero en vez de matarlos los dejó escapar. Cuando leí esta historia, me acordé de aquel gendarme francés que iba a detener a las hijas de la gran Irène Némirovsky en una redada de judíos, en el interior de Francia, en el otoño de 1942. Las niñas vivían solas porque los nazis ya se habían llevado a su madre y a su padre, pero aquel día, el gendarme que iba a detenerlas les hizo una seña y les dijo que se fueran por la parte trasera de la casa y no volvieran atrás. Las niñas se salvaron gracias a ese gesto de un gendarme anónimo. “Corred, niñas, corred”.

Cuando uno piensa en el estado actual del mundo –y más aún en Gaza y en Israel–, más valor tienen esos gestos de incomprensible misericordia que nadie se esperaba. En un momento en que lo más fácil era aplicar la fría rutina criminal, alguien decidió no hacerlo. Ese terrorista de Hamas, aquel gendarme francés. Aunque no lo parezca, hay gente así. Honor a ellos.

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