El espontáneo

Juan Cachón Sánchez

El peso de las palabras

SOSTENÍA don Francisco, un profesor de Lengua y Literatura bajito que me dio clases algunos años durante la EGB, que las palabras tienen un peso específico y una armonía determinada y que debíamos tener mucho cuidado con alterar su natural paz y tranquilidad. Así, por ejemplo, sostenía que si cometíamos la infamia de escribir la proposición "a" como "ha", sería lo equivalente a convertir una pulga en un hipopótamo, con las consecuencias que eso puede acarrear. Cuando algunos de sus alumnos cometían un agravio semejante, sobre todo cuando la escribían en la pizarra, don Francisco escenificaba su estupefacción, simulando un desmayo sobre su mesa seguida de estertores y aspavientos al grito de "que vengan dos hombres fuertes a socorrerme", a lo que acudían raudos y veloces el García y el Ramírez, que eran los más canijos de la clase. De vez en cuando comprobaba su puntería lanzado el borrador de la pizarra sobre quien osaba ofender el diccionario con algún exabrupto incalificable. Realmente el sueño de don Francisco era el de tener un puño con un muelle, como en los dibujos animados, que se disparara automáticamente en tales ocasiones.

Con el tiempo junto al peso propio que don Francisco le daba a las palabras descubrí otro tan importante o más, que también conllevan y que no terminamos de valorar en determinados momentos en su justa medida. Hay palabras que una vez dichas ya no tienen posible marcha atrás, no tienen posibilidad de volver a "reinsertarse", sobre todo cuando son palabras que alguien no ha pedido escuchar o cuando cometemos excesos de sinceridad o hablamos más a la ligera de lo que debíamos.

Sostenía Don Francisco que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras y que siempre es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y demostrar que lo eres. Por eso siempre sentí cierta admiración por las personas poco habladoras, tal vez porque yo soy incapaz de contenerme y me he arrepentido en infinidad de ocasiones de esas extraordinarias oportunidades que he perdido para estar callado.

Cerca de mi casa hay un bar que coloca una pequeña pizarra en la puerta donde van escribiendo las diferentes ofertas. El otro día pusieron una que calificaban como "anticrisis" y consistía en un precio único tanto para las bebidas como para las tapas. El conflicto venía cuando, para dejar fuera de ella algunas consumiciones, utilizaba la palabra "ecepto". Durante unos días figuró así, tal cual sin que nadie reparara en la humillación a la que estaba siendo sometida. Una mañana vi que la habían corregido, ahora era "exepto". Alguien debió protestar y al poco volvieron a la primera versión: "Ecepto". Ayer, supongo que ya hartos de la polémica en torno a la palabrita, encontraron la solución definitiva al problema. Ahora se puede leer "casi todo" a un euro. Eso si es querer arreglar las cosas.

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