Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La sonrisa del Régimen

En España siempre habrá alguien que se proclame la sonrisa oficial del poder. Será por sonrisas...

Después de casi dos horas de entrevista con Yolanda Díaz en el programa de Évole el domingo pasado sólo me quedaron claras tres cosas, además de que si pudiera le pegaba un sartenazo en la cabeza a Pablo Iglesias: que no come carne, que su jefe de Estado ideal sería Iñaki Gabilondo y que, aunque a veces lo intenta, no puede dejar de sonreír. Seguro que de este resumen en titulares se escapan planteamientos de mayor enjundia que justifican el papel de esperanza blanca de la izquierda española que ha asumido con el aplauso indisimulado de sus coaligados socialistas. Pero a mí me pasaron desapercibidos. De todo ello, lo que más llamó la atención del arriba firmante -aunque hay que reconocer que lo de Gabilondo tiene miga- es lo de constituirse por derecho propio y propia voluntad como la sonrisa del sanchismo. Lo ha hecho, además, coincidiendo -casualidades de la vida- con el momento en el que al Real Madrid no se le ha ocurrido nada mejor para atacar al Barcelona que sacar a pasear el fantasma de José Solís Ruiz, que ese sí que fue, de forma casi oficial, La sonrisa del Régimen en la ya muy lejana en el tiempo, pero cercana porque no se deja de hablar de ella ni un solo día, dictadura del general Franco.

A Solís, un jienense que presumía de zumbón y campechano, le tocó, en su calidad de ministro secretario general del Movimiento, inaugurar en nombre del Caudillo el Nou Camp. Fue un acto recogido por el Nodo, que consistió en misa solemne sobre el recién estrenado césped y en el tremolar de la bandera nacional -roja, gualdad y con el águila imperial- por el presidente de una entidad que con el tiempo construiría con éxito la leyenda de haber sido una trinchera catalanista contra el franquismo, mientras el Madrid era el equipo que ganaba las Copas de Europa porque así lo ordenaban desde el Palacio del Pardo.

Las sonrisas coincidentes en el tiempo de Yolanda Díaz y Solís Ruiz -en la dictadura lo ministros tenían de oficio dos apellidos, ahora sólo uno- demuestran dos realidades. La primera es que en este país no hay forma de terminar de enterrar a Franco. Pese a lo que costó sacarlo del panteón de Cuelgamuros, o quizás por ello, la sombra del general sigue proyectándose sobre la escena española para que unos y otros se la tiren con entusiasmo a la cabeza. La segunda es que mande quien mande en España siempre habrá alguien que se proclame la sonrisa oficial del poder. Será por sonrisas...

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