Análisis

nacho artacho

Los perros de Pávlov

Habían adquirido la capacidad de salivar sin necesidad de incentivo

Fue desayunando que se le ocurrió la idea. Bernard Linklater llevaba quince años ocupando la cátedra de literaturas germánicas y en todo ese tiempo no se había permitido una sola travesura. La de aquella mañana habría de compensar con creces el aburrimiento acumulado. Apuró el café y recortó sin gracia el crucigrama del periódico. Al azar, rodeó seis palabras en las que apenas se detuvo. De la felicidad que aquello le produjo da testimonio la propina desmesurada que acabaría dejando en el platillo.

Al llegar a clase, los encontró ya enfilados para la prueba. Prolongó conscientemente el silencio inicial y escribió en la pizarra las seis palabras arrancadas de los pasatiempos. Las dispuso en forma de columna y las presentó como versos del poeta renano August Winkel, aquel idealista enfrentado a la mitad de su generación -a la otra mitad, directamente, la despreciaba- y que terminó por pegarse un tiro en un burdel de Tánger. La secuencia quedó tal que así: Rosenbaum / albatros / prisión / epidídimo / curvatura / infame. Hubo quien se levantó y se marchó del aula. Hubo quien lloró. Hubo quien juró y profirió insultos que, de reproducirse, provocarían la censura de esta columna. Sin embargo, la mayor parte de los alumnos redactaron el comentario de texto que de ellos se esperaba. Escribieron mucho. Escribieron durante horas. Hablaron de la etimología de Rosenbaum, de las implicaciones religiosas del término, de su segura referencia a la belleza y la pureza marianas. Hablaron de Diego de San Pedro, de su cárcel de amor y de la fuga imposible. Hablaron de la vuelta a la semilla y de un renacimiento deseable. Adiestrados durante años en el estímulo y la respuesta, habían adquirido la capacidad de salivar sin necesidad de incentivo, al simple toque de una campanilla. Como los perros de Pávlov. Y ahora cambie timbre o examen por patria, y dígame si estamos en condiciones de negar el conductismo.

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