En tránsito

eduardo / jordá

La Andalucía profunda

PASO unas horas en un pequeño pueblo de la Sierra Sur, justo en el límite entre las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga. Hace mucho frío y en el aire flota el olor a humo de leña. En una de las colinas que rodean el pueblo veo un bosque de pinos jóvenes que parecen haber sido plantados en un programa de repoblación forestal. Luego paso por el ambulatorio y la biblioteca, dos edificios recientes que no tendrán más de quince años, los dos pintados de blanco y muy bien cuidados. Desde el piso superior de la biblioteca llegan las risas de unos niños que juegan con los monitores. Al lado, en un local anexo, un grupo de mujeres van a una ruidosa clase de aeróbic. Enfrente hay un parque infantil en el que tres chicas conversan en lo alto del tobogán. Más allá, dos mujeres encogidas por el frío esperan el autobús, bajo una marquesina en la que se anuncian conciertos de Narco y Asfalto y alguien ha dejado un grafitti a favor de Extremoduro.

Cuando empieza a llover entro en un pequeño bar donde no hay nadie. En la televisión, Juan y Medio conversa con unos simpáticos jubilados que cuentan sus problemas (la estafa de un familiar, una mujer conocida a través de internet que no resultó ser trigo limpio, una viuda dicharachera que busca pareja porque ya no soporta estar más tiempo sola). En un tapete hay unas cuantas cartas esparcidas sobre la mesa, y al lado un cartel que anuncia cursos de formación para ser carretillero, vigilante de seguridad, manipulador de alimentos, peón de albañil o tractorista. El mismo cartel está colgado en el bar de enfrente, y también en el pub y en la biblioteca. Será mejor no preguntar cuántos habitantes de ese pueblo están en paro.

Pero a pesar de todo esto -y a pesar del aislamiento y el atraso económico y las escasas oportunidades laborales-, la vida en ese pueblo no parece una vida desagradable sino más bien todo lo contrario. Sí, de acuerdo, puede que no sea una existencia especialmente atractiva, pero vistas las circunstancias de nuestro país, la vida de ese pueblo es una vida muy digna: el ambulatorio funciona, funciona la biblioteca, funcionan el colegio y los servicios sociales. Pero esto es así porque este pueblo -y otros muchos como éste- siguen recibiendo grandes cantidades de dinero en ayudas públicas, ya que de otro modo tendrían muy difícil sobrevivir. Y por eso mismo avergüenza saber que hay gente que se dedica a despilfarrar el dinero público. Con los fraudes de las facturas falsas de UGT, por ejemplo.

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