Al día siguiente de la inauguración del Museo de Málaga, Cristina Fernández, redactora de Málaga Hoy, me invitó a que recorriera con ella las salas de Arqueología y Bellas Artes y que comentara -para un artículo en su periódico- lo que fuéramos viendo: los recuerdos, los valores, las interpretaciones, sus calidades... Admito que la compañía era la justa, estimulado por sus zagaces preguntas traté de ser lo más didáctico, claro y comunicativo que la visita requería. El ambiente era de fiesta, el público emocionado y curioso no cesaba de manifestar su sorpresa y satisfacción por todo, continente y contenido. Las salas se llenaron pronto. Yo llegué a las 11:00 de la mañana y fui el 478 visitante. Todo lucía nuevo. El público le impregna al arte una necesariedad. Ambas presencias, público y obra, se concatenan, son el uno para el otro y allí se constataba este diálogo, todos querían saber qué pasaba al otro lado: ¿Cómo el mar de Cubells, la Autopsia de Simonet, la Bendición de Viniegra, los paisajes de Degrain? Exhaustos y pletóricos nos despedimos Cristina y yo. El Museo de Málaga estaba en marcha.

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