Banda sonora

Como dijo Álvaro Urquijo, llega un momento en que las canciones no son de quienes las componen, sino de quienes las escuchan

Los de la EGB no entendemos los sonidos latinos de ahora con los que nuestros hijos nos torturan en la radio del coche. Ni sus actitudes, ni sus pintas, ni por supuesto sus letras, que por cierto poca contestación tienen en el feminismo posmoderno de la época. Ante la dictadura obscena del reguetón, casi da uno por bueno al pelma de Pablo Alborán sonando por las radiofórmulas, con tal de no soportar esas melodías pretenciosas a medio camino entre la chulería de matón de barrio y el erotismo de garrafón.

A nosotros nos educaron musicalmente en los modos austeros de tipos de distinto origen pero con una común vocación para exponer su talento con solvencia y dignidad, especialmente influenciados por los grandes grupos anglosajones de los setenta. Los había atrevidos, suburbiales, castizos, melódicos, transgresores, más rockeros, más poperos, incluso aflamencados. Los había buenos, malos y regulares, pero eran nuestros, porque como dijo el otro día Álvaro Urquijo en una lúcida entrevista, llega un momento en que las canciones no son de quienes las componen, sino de quienes las escuchan.

Daba gusto la otra noche, la calima pegando fuerte sobre los sonidos atípicos y metálicos de la Plaza de España, ver a los buenos músicos de Loquillo defender con tanta solidez su mítico repertorio enfundados en sus chaquetas impecables, con el jefe desparramando arriba el carisma que no ha perdido, mientras una plebe rejuvenecida y entregada daba saltos en la pista como en su mejores tiempos con El ritmo del Garaje. Igual que un rato antes Los Secretos, posiblemente el grupo más emblemático de la Movida (con permiso de Nacha Pop), nos habían transportado a los tiempos antiguos de Enrique Urquijo, genuino exponente de cierto malditismo inocente y ochentero, víctima como tantos de los excesos que también caracterizaron aquella época.

Por eso, ellos y otros como ellos siguen despertando ese interés cuando caen por aquí de cuando en cuando, y reúnen a pandillas enteras de amigos ávidos de emociones, como si no pasara el tiempo. Porque, en el fondo, más allá de modas y consignas, esas letras que nunca dejamos de escuchar y que vuelven otra vez con el rock urbano (Barcelona ciudad…) de Loquillo, con la elegancia melódica de los hermanos Urquijo, son una banda sonora y sentimental que sirve sobre todo para reconocernos como grupo, como generación. Que es tanto como decir para reconocernos a nosotros.

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