PARA los que nacimos a mediados del siglo XX, España y el mundo han cambiado mucho. Para los médicos que comenzamos a ejercer en ese siglo nuestras relaciones con los pacientes son diferentes, ha variado mucho. Hemos pasado del miedo reverencial de nuestros tutelados, a la espera de nuestro dictamen y de competir con Fray Leopoldo de Alpandeire, cuyas estampas estaban siempre a la cabecera de la cama de nuestros enfermos, a enfrentarnos a personas cada vez más formadas y conocedoras de su enfermedad. Tratamos a ciudadanos formados, aunque sin haber digerido la abundante información a la que tenemos acceso en estos momento a través de la red, de asociaciones y de los medios de comunicación.

Este cambio de actitud de los pacientes, en particular los de patologías crónicas, que han tomado el protagonismo en el devenir de su futuro y de su pronóstico recibe el nombre de "empoderamiento", neologismo de origen anglosajón y que podríamos traducir por toma del poder o protagonismo del enfermo frente al control y seguimiento de la patología que padece.

Sabemos que el gran reto ante el que tenemos que hacer frente los sistemas de salud actuales es el de las mencionadas patologías crónicas. Hemos conseguido prolongar las expectativas de vida de forma significativa en los últimos cien años a expensas de trasformar patologías agudas que acababan prontamente con la vida de los afectados en crónicas, capaces de lograr notables supervivencias, consumiendo medicamentos cada vez más caros y que por su toxicidad llega un momento en que más que ayudar sirven de poca ayuda.

El aumento de las enfermedades degenerativas y demencias, ligadas a la supervivencia, han hecho también que aumente el número de personas subsidiarias de cuidados y, por tanto, la presencia de cuidadores en el sistema. Cuidar a los cuidadores es otra de las tareas nuevas, ya que dejados a su libre evolución generamos enfermedades nuevas derivadas del hecho de cuidar.

Otra de las circunstancias actuales es la medicalización de la existencia. Cuántos de nuestros conciudadanos pasan la vida tomando todo tipo de pastillas, contra el dolor, las fatigas, el colesterol… etc., cuando con una alimentación sana y una vida saludable se podrían evitar o disminuir.

Se habla mucho de la sostenibilidad de los sistemas sanitarios. Aparte de las intenciones poco claras de determinados estratos sociales es cierto que tenemos la obligación de hacer viable el cuidado de nuestra salud y que los recursos que dediquemos a ellos sean los necesarios, ya que constituyen uno de los ejercicios solidarios más importantes de las sociedades actuales, evitando el despilfarro.

Pues bien, el ejercicio de la solidaridad pasa por la educación sanitaria, la colaboración de los enfermos en el tratamiento de su enfermedad, evitar el gasto farmacéutico innecesario y el cumplimiento de las indicaciones y protocolos sugeridos por los profesionales sanitarios. La toma de la responsabilidad en el autocuidado se trasforma así en una de las herramientas para la defensa y sostenibilidad de nuestro sistema sanitario público.

Consciente del valor de esta filosofía, la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, a partir de sus centros tanto de asistencia primaria como especializada, a partir de 2008 y con el concurso de la EASP (Escuela andaluza de Salud Pública), ha puesto en marcha una red de escuelas de pacientes, cuyos formadores viene de ellos mismos, es decir, pacientes afectos de las mismas patologías, formados para formar y cuyos resultados están siendo evaluados.

Se definen como un nuevo lugar de encuentro pensado para pacientes, familiares, personas cuidadoras y asociaciones. Un lugar en el que, a través del intercambio de conocimiento y de experiencias, contribuimos a mejorar la salud y la calidad de vida de las personas que padecen algún tipo de enfermedad.

A la escuela de pacientes se acude a contar, escuchar y aprender, porque en ella también se enseña a pacientes y su red social a conocer mejor la enfermedad para convivir con ella de la manera más saludable posible. Además se convierte en una oportunidad para los profesionales del ámbito de la salud de conocer la enfermedad desde otro punto de vista: la experiencia personal de las personas que la padecen.

El conocimiento de la enfermedad se adquiere por el intercambio de experiencias con personas que la padecen quienes pueden trasmitir sus habilidades adquiridas a lo largo de su convivencia con ella.

Actualmente se ha definido 10 grupos de trabajo que van desde personas cuidadoras a cuidados paliativos y desde asma infantil a diabetes pasando por cáncer de mama o colorrectal. Las sesiones son presenciales en centros sanitarios, asociaciones etc. disponiéndose su propio espacio web dentro de la página de la Consejería de Salud.

El pasado 20 de enero tuvo lugar en Granada, EASP, el primer congreso, acudiendo alrededor de 500 personas participantes en el programa. Para los que asistimos fue muy, pero muy interesante. Fuimos testigos de otra de las iniciativas magníficas puestas en marcha por la Consejería de Salud, expresión de la calidad alcanzada en nuestro sistema sanitario.

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