Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Pacto contra la corrupción

LA corrupción recrece con una apariencia que quiebra la presunción de inocencia y extiende la sospecha, en la percepción de la calle, al conjunto del sistema. Al tiempo, progresa la práctica tramposa que, ante la evidencia del delito, jura inocencia y cuestiona la justicia, exhibiendo los resultados en las urnas como el bálsamo legitimador de las fechorías. Una aberración berlusconiana muy del gusto de los corruptos del Mediterráneo.

El caso Gürtel, que ha puesto al descubierto la indolencia en la dirección del principal partido de la oposición, ni resume ni agota un cáncer que ya dura demasiado tiempo. ¿No estábamos entrando en otra era? Un elemento diferencial del nuevo tiempo consiste en acabar con el parasitismo y la delincuencia que desprecia la ética pública y desemboca en crisis como la que padecemos.

Los apaños de Valencia no suturan la herida y, al eludir soluciones de tolerancia cero contra el abuso, favorecerán un goteo continuo de información que va a debilitar aún más el papel opositor de los populares. Correspondería a Rajoy reconocer la situación de emergencia y plantear un pacto de Estado contra la corrupción. Daría con ello alivio emocional a la gran mayoría de sus seguidores y recuperaría algo de la mucha credibilidad perdida. Es difícil, no obstante, imaginar esa iniciativa en un político tan lento de respuesta y tibio en la acción, dado a trasladar, con exceso, todos los males al rival.

Como el pacto es necesario para la higiene y supervivencia del país, también cabría que fuese Zapatero quien moviese ficha, incluso aunque el náufrago rechazara el flotador. Se abriría el debate sobre la regeneración de la política y sobre aquellas soluciones que previenen y combaten la deriva recurrente de la corrupción. ¿O es que deberemos resignarnos a vivir eternamente en una democracia asaltada y sostener con nuestros impuestos la picaresca infiltrada en la maquinaria política? Sin un acuerdo de mínimos que sanee las cloacas por donde los bucaneros abordan el Estado, cualquier otro pacto, como el de la educación o la misma lucha contra el terrorismo, pierden autoridad moral y capacidad de entusiasmo en la población.

Una iniciativa como ésta reduciría la presión que ejercen sobre Rajoy quienes mantienen a oscuras los rincones menos confesables del abuso de poder. Al tiempo, serviría para devolver autoestima a la mayoría de los políticos y confianza a los votantes, donde crece la peligrosa vía de agua de la abstención. Si nada de esto ocurre y, de nuevo, la corrupción se instrumentaliza como baza electoral, ganará con ello algún partido, pero perderá mucho la democracia.

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