Sánchez orwelliano

Por un azar histórico, los tres últimos golpes de Estado habidos en España fueron cometidos por nacionalistas de derecha

Viendo la diligencia con que se repiten los eslóganes pro-amnistía del señor Puigdemont, golpista de progreso, uno recuerda inevitablemente aquellas frases que recibían al visitante en el Ministerio de la Verdad, dispuestas sobre su blanca fachada: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. Para digerir la piedra indigerible de la amnistía, el prosanchismo ha modificado un tanto la literalidad de las frases (1984 queda ya muy camp), pero la intención de aleccionarnos es similar, y el resultado sigue siendo solemne y paradójico: “El golpismo es amistad. La xenofobia es amistad. El nacionalismo es progreso”.

A ello se añade, naturalmente, la cuestión del dinero. Ya decía doña Rosa Luxemburgo, en contra del criterio de Lenin (que lo consideraba como un mero aglutinante útil), que los nacionalistas eran burgueses provincianos y auñones, cuya única finalidad era el lucro. Las modestas exigencias del prófugo de progreso Puigdemont parece que dan la razón a doña Rosa. Aún no sabemos, ¡quizá no lo sepa ni el propio señor Sánchez!, si además de esos 450.000 millones, el señor Puigdemont, dada su simpatía por la vieja clerigalla trabucaire, piensa pedir el diezmo de cuanto ganemos el resto de los españoles, y si nos dejará salir los viernes por la noche. Yo creo que, dada la nueva responsabilidad del señor Puigdemont, don Carles pide poco dinero. Como director espiritual del señor Sánchez, una vez que llegue la amnistía, la investidura, etcétera, don Carles debería exigir la gestión de los ingresos de la nación, y luego repartir a las autonomías según su superior criterio. Esto descargaría de nuevas y penosas negociaciones al señor Sánchez; y al resto de los españoles nos evitaría tener que preocuparnos sobre cuestiones menores como la punición de algunos delitos (la sedición, la corrupción y frivolidades de esa índole), o sobre el propio estado del Estado de Derecho.

Por un azar histórico, los tres últimos golpes de Estado habidos en España fueron cometidos por nacionalistas de derechas. El golpe de Franco se perpetuó durante cuatro décadas. El golpe de Tejero, su ridiculez infausta, desautorizó la posibilidad de otra asonada inmediata. Sin embargo, el golpe de Puigdemont (repitan conmigo: “El golpismo es amistad, la xenofobia es amistad, el nacionalismo es progreso), lo va a enjalbegar y hermosear el señor Sánchez, hasta convertir a don Carles en víctima de la democracia española. Con el dinero de todos, naturalmente.

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