EL PUCHERO

Teresa Santos

Trabajar 60 horas

LLEVO años convencida, no soy la única, de que tras el descenso de la natalidad se esconde una suerte de venganza inconsciente de la mujer. Una mujer no tan dispuesta al sacrificio personal como lo fueron nuestras madres o nuestras abuelas. Una mujer que hace años decidió pisar fuerte en el mercado laboral, y a la que se lo pusieron muy difícil.

Ahora que empieza a nacer cierta conciencia de igualdad, ahora que hay colegios que se han adaptado a los horarios de trabajo y que las mujeres ya pueden ejercer en libertad mientras los niños están atendidos en las escuelas, ahora que se empieza a hablar de conciliar empleo y familia, ahora, precisamente ahora es cuando los ministros europeos han decidido aprobar por mayoría cualificada la reforma de la directiva de tiempo de trabajo. Una reforma que de recibir el visto bueno del Parlamento Europeo, va a posibilitar acuerdos individuales entre trabajador y empresario para alargar la jornada de trabajo hasta las 60 horas semanales.

Lo más sorprende es que entre los defensores del acuerdo encontramos a una mujer, la ministra de Trabajo eslovena y presidenta de turno del Consejo, Marjeta Cotman.

Se dice con una ingenuidad que pasma que quedaría garantizado que tales acuerdos serían aceptados por los trabajadores de forma voluntaria y no con el temor al despido.

¿Nos hemos vuelto locos? Estamos hablando de un acuerdo alcanzado en medio de una profunda crisis tras la que se ve cómo caen en picado los crecimientos de las economías europeas. Y es que parece, una vez más, que se opta por el crecimiento -en este caso de las horas de trabajo- y no por el desarrollo. El desarrollo es bienestar social, laboral y familiar.

De las consecuencias de la elección entre crecimiento y desarrollo las mujeres sabemos bastante. Durante años, -no era nuestra intención-, hemos demostrado que somos capaces de trabajar más de 60 horas semanales sumando la jornada laboral al quehacer doméstico, que no hemos abandonado. Sin duda esto no es bienestar, pero no somos del todo responsables por ello. Aún tenemos que liberarnos de un arraigado sentimiento de culpabilidad para poder exigir corresponsabilidad en las ocupaciones del hogar. Si en este sentido tenemos que avanzar, en otros hemos demostrado que vamos por delante y que preferimos no seguir los modelos masculinos de progreso, cada vez que somos capaces de renunciar a un cargo, sin que por ello nuestro ego se haga añicos, cuando este cargo pone en peligro nuestra estabilidad familiar o emocional.

Las mujeres de hoy valoramos mucho la calidad en las relaciones de familia y, por ello, el tiempo del que disponemos cuando termina la jornada de trabajo.

Es un escándalo que las reacciones a la noticia del aumento de las horas de trabajo concertadas sean tan escasas, no sólo por lo improductivo de la propuesta en sí, o de los costes que puede llegar a tener en el mercado de trabajo en el que se aplique, no sólo por los derechos adquiridos que se carga la reforma, sino porque va contra la salud y la calidad de vida.

Que nos lo pregunten a las mujeres.

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