LA luz de las buenas perspectivas electorales iluminan más que los focos de los platós de televisión. Algo así le ocurre a Podemos, que deslumbrada por los augurios metroscópicos recientes, se debate en el dilema de ser radicales sin parecerlo o parecer radicales sin serlo. No pasa día ni debate televisivo que algún representante de la nueva formación matice, modifique o atempere el contenido de su primer programa electoral. Si se sigue este ritmo de modificaciones, al paso de pocos meses, va a ser difícil reconocer en el nuevo partido los criterios que alumbraron este movimiento. En principio, esta formación nace acunada en la facultad de Ciencias Políticas de la Complutense como una experiencia nueva que pretende derribar el bipartidismo y establecer un nuevo concepto de la política y de los políticos. Con un planteamiento inequívocamente de izquierda radical, condenan la componenda de los partidos de la casta, pretenden modificar el sistema político corrupto y plantean cambiar el régimen económico que nos ha llevado al paro y al empobrecimiento de la mayoría de la población. Para ello, nada mejor que dejar de pagar la deuda ilegítima, desobedecer los criterios de la UE y, si fuera necesario, salirse del euro. Este discurso, apoyado en estructuras de partidos minoritarios y radicales como Izquierda Anticapitalista, creó una red de círculos de devotos y simpatizantes por la geografía española. Eso fue hace solo seis meses.

Ahora, ante los anunciados éxitos electorales, se sacrifica, poda y matiza todo el planteamiento. La radicalidad izquierdista se ha cambiado por la búsqueda de una ambigua centralidad política. Las organizaciones radicales que colaboraron en su inicial éxito no son ya compañía deseable para la nueva andadura y lo que iba ser una original formación política asamblearia y participativa ha resultado ser una estructura orgánica similar o parecida a los partidos políticos de toda la vida, porque, según ellos, es así como se ganan elecciones. Se mantiene un confuso proyecto constitucional pero ya, según sea el líder que hable, ni la deuda se impaga ni los pactos son proscritos ni el euro se entierra. Se sigue manteniendo la música contra la casta, la puerta giratoria y la corrupción, pero, mientras, se piensa como suavizar la letra de su programa Su gran dilema es saber hasta donde, sus primitivas bases y motores de la organización, seguirán a sus dirigentes en esta trepidante carrera hacia el centro o abandonaran esta mudanza por sentirse frustrados y traicionados.

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