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José Asenjo

Las buenas intenciones

EL pasado 29 de septiembre apareció una escueta noticia bajo el siguiente titular: "El abandono obliga a declarar en ruina dos edificios protegidos". La información pasaba casi inadvertida, incluso podía confundirse con otros asuntos aparentemente afines -las Virreinas, Soliva, etc- que, a pesar de su menor enjundia, han sido objeto de una desmedida atención informativa. Este caso, sin embargo, además de su importancia urbanística, tiene el interés de ser sumamente ilustrativo de una grave patología que afecta al centro de la ciudad. Los inmuebles en cuestión, situados en la Plaza de la Marina esquina Vendeja, están catalogados y sometidos a un riguroso grado de protección. Su propietario pretendía transformarlos en un hotel de cinco estrellas. No hace falta haber viajado mucho, ni ser un experto en regeneración de centros históricos, para entender que ambos cosas no deben ser incompatibles. Sin embargo, la interesante iniciativa, en lugar de encontrar el calor de las administraciones, se dio de bruces con el celo de sus burócratas que impusieron al empresario la penitencia de casi una década de largos y tortuosos procedimientos administrativos. El resultado de todo ello es que, después de años mareando el asunto, los edificios "protegidos" se han ido deteriorando hasta ser declarados en ruina. Además, claro está, la ciudad ha dejado escapar la oportunidad de contar con un hotel de cinco estrellas. Actuación que además, dicho sea de paso, venía a rescatar de la cochambre y del deterioro una de las fachada más significativas del frente portuario de la ciudad, visión obligada de los miles de turistas de crucero que a diario visitan Málaga. No tengo la menor duda de que a los responsables administrativos les han guiado las mejores intenciones en el tratamiento de este asunto. Pero, ya lo decía Gide sobre su oficio: no se hace buena literatura con buenas intenciones; ni tampoco pueden justificar despropósitos administrativos de tanta gravedad. Lo cierto es que produce una profunda melancolía advertir las arbitrariedades que se pueden cometer en nombre del interés general.

Probablemente, la responsabilidad compartida entre Junta y Ayuntamiento explique el desinterés, por el caso de la Plaza de la Marina, de aquellos que tan locuaces se muestran en otros asuntos de menor cuantía. Pero, a pesar de ello, la ciudad no debería dejar escapar la oportunidad de diseccionar todo lo ocurrido. Hacer la autopsia a este expediente y encontrar las verdaderas causas por las que, a pesar de las buenas intenciones, asuntos como el que nos ocupa no son la excepción sino la norma. Está claro que, además de la burocracia, falla el sistema. Si un plan de protección, y las normas y leyes que lo inspiran, impide la regeneración del deteriorado centro histórico, con actividades como un hotel de cinco estrellas, es evidente que dicho plan será mucho más eficaz para arruinar el centro que para protegerlo.

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